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El Telégrafo

Pascua, la salvación en la Tierra

13 de abril de 2012

Muchos pobladores no entienden por qué hay quienes atacan o critican a la Iglesia, si ellos la entienden como la depositaria de la voluntad de Dios. Otros, más cercanos a los círculos intelectuales, no entienden cómo hay quienes siguen creyendo a la Iglesia, a pesar de sus notorias falencias y servicios al poder.

A su manera, ambos tienen razón. Porque es cierto que hay fuertes críticas que hacer a la Iglesia como institución. Pero también lo es que la fe no parece desacreditarse con el descrédito de los clérigos. En tanto la religión como creencia parece responder a anhelos muy hondos de la subjetividad -sentido de la vida, consuelo ante el sufrimiento-se apela a ella aun cuando la institución religiosa aparezca considerablemente debilitada (al menos en relación con otras épocas, cuando la Iglesia católica no debía competir con el neocarisma de la religión electrónica).

Lo cierto es que la religión cumplió por mucho tiempo con la tarea -en general retrógrada- de aceptar los males de este mundo para prometernos la felicidad en el Más Allá. Pero habida cuenta de que sobre ese Más Allá no hay siquiera mínima garantía de su existencia, la salvación en la Tierra, en nuestro Más Acá, es la que se impone. Y eso es lo que la teología de la liberación ha sostenido por tanto tiempo en Latinoamérica, para luego alcanzar algunas ramificaciones en Asia y África.

Cabe perfectamente una interpretación teológica del Reino como realización histórico-social inmanente al mundo, y no como trascendencia hacia un trasmundo platónico de dudosa existencia. Cabe pensar en salvar aquí la vida, y no esperar a que las frustraciones del presente -como aquellas surgidas de las condiciones inhumanas a que se condenó a los indios en la Conquista- sean pretendidamente compensadas luego de la muerte.

Por todo ello (e incluso al margen de discusiones teológicas), ojalá la Pascua sea ocasión para pensar en sociedades más justas, más equitativas, más igualitarias, aquí en nuestra Tierra y nuestra realidad actuales. Ello sería responder estrictamente al mandato evangélico; pues si “Es más difícil que un camello pase por el ojo de una aguja a que un rico entre en el reino de los cielos”, habrá que tomarse en serio que la desigualdad social repugna al espíritu cristiano. Y que la hora de la resurrección y la conciliación debiera ser la hora de la justicia social y de una equitativa distribución de los bienes.

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