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El Telégrafo

Paranoia y guerra

21 de julio de 2012

En estos días se dio un nuevo incidente en el Golfo Pérsico. El buque USNS Rappahannock, abrió fuego contra un bote a motor que, según los estadounidenses, se acercó demasiado. La prensa señala que el fuego se dio con ametralladoras pesadas y tuvo como consecuencia un muerto y tres heridos. Noticias posteriores dieron cuenta de que se trataba de un grupo de pescadores hindúes.

Después de la protesta del canciller de la India, un vocero de EE.UU. pidió disculpas y lamentó la equivocación. Un periodista añadió que, tras el atentado sufrido el año 2000 por el USS Cole en el puerto de Adén, ejecutado por una pequeña embarcación cargada de explosivos que dejó 17 muertos y 40 heridos, Norteamérica toma muy en cuenta a los botes que se acercan a sus barcos.

Si este fuera un hecho aislado, cabría aceptar aquello del error, pero son actos recurrentes que van desde la reacción personal a la ejecutada por sus ejércitos. Viven con el temor de ser atacados y procuran adelantarse y eliminar a quien o quienes les parecen sospechosos. Ya ha sucedido, entre otros, con ciudadanos de Pakistán, Afganistán y ahora de la India.

¿Qué los mueve a actuar de tal manera? Los psicólogos denominan paranoia a la desconfianza y temor de ser agredidos, lo que conduce a una tensión y actitud defensivas que se transforman en violencia ante el primer signo real o imaginado de que puede aproximarse un peligro. En definitiva, ante el miedo a ser víctimas, deciden ser victimarios.

Desde sus inicios, pero especialmente en el marco de la “guerra fría”, la potencia norteña  ha abierto innúmeros frentes. Vietnam fue el más importante y le costó miles de vidas. Pero muchos otros: Latinoamérica y entre los últimos Afganistán.

Irak, Libia, han sido escenarios de sus intervenciones. La respuesta es una corriente antinorteamericana en las mayorías del mundo, lo que ha propiciado, en ocasiones, que algunos sectores se desborden en sus protestas. Esas acciones y respuestas ponen al planeta al borde del abismo.

El pueblo estadounidense merece, como todos los demás, respeto y admiración. Pero se requieren cambios radicales. EE.UU. debe abandonar para siempre el hacha de la guerra y atender los grandes males que afligen a sus propios ciudadanos.

Aunque suene a utopía, tiene que sumarse al nuevo mundo que surge. Al vivir en armonía con sus iguales, desaparecerá el temor que lleva a la violencia y podrá avanzar, con todos los pueblos, hacia esa gran meta que es la paz.

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