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El Telégrafo

Parábolas diplomáticas

10 de mayo de 2013

El derecho internacional contemporáneo solventa principios que garantizan la paz y seguridad de los pueblos, en base a los sustentos inmutables de la igualdad de las patrias y el respeto mutuo entre todos ellas. Los tratados universales como la carta de las Naciones Unidas y en nuestro hemisferio, la de la OEA, que han acordado sus miembros, prevalecen sobre las legislaciones internas de los diferente conglomerados, las convenciones, tratados, acuerdos y otros instrumentos libre y espontáneamente rubricados por los gobiernos, de igual manera superan en rango las leyes al interior de las repúblicas firmantes. No sería aventurado decir que las obligaciones contraídas en forma ética, y que salvaguardan el interés nacional, se incluyeron en la Constitución de Montecristi como una manera eficaz de asumir los compromisos y deberes de la política exterior del Ecuador, y que han sido respetadas a la letra, ya que nuestra tierra se precia de honrar  todas las libertades, aun las ilícitas de la conspiración diaria de la partidocracia.

Esta larga disquisición, que solo trata, humildemente, de clarificar las a veces complejas relaciones internacionales, tiene relevancia frente a las situaciones publicadas y exhibidas en referencia a  la actuación de representantes diplomáticos; el primero, nuestro embajador ante el gobierno del Perú, involucrado en un malhadado incidente con ribetes casi domésticos en un supermercado de Lima y que ha motivado que los medios enemigos de los regímenes progresistas de la región intenten hacer su agosto, colocando zancadillas, infundios, trampas infames, para poner cortapisas siniestras a la unidad latinoamericana; y el  segundo, el embajador de Estados Unidos en nuestro territorio con su actitud provocadora que rompe con la normativa del principio de no intervención en los asuntos de otros Estados, so pretexto de defender  una supuesta garantía presuntamente en peligro, intentando construir una dicotomía entre un derecho importante: “la libertad de prensa”, y un principio básico de convivencia internacional: “la autodeterminación de las pueblos”, actitud explicable, pero reprochable, pues estamos ciertos  de que después de la victoria electoral aplastante  del presidente Correa  y de Alianza PAIS y su exitosa gira por Europa, la táctica del escándalo mediático y la descalificación por parte de los grandes poderes fácticos tenían que darse como  parte de una estrategia planificada contra Unasur, el Alba y la Celac.

En esta miserable tarea la población absorta ha escuchado a “especialistas”, diplomáticos y dirigentes políticos nacionales asumir la defensa del enviado Namm y condenar a nuestro agraviado representante Riofrío. Es repugnante su actitud, pero  comprensible; no pueden sacudirse de su condición de huasicamas. Sin embargo, no podemos admitir que “tontos graves, y aprendices de  lelos, desconozcan una institución casi atávica del entendimiento de los países  en todo el  orbe: la inmunidad diplomática.  

La generación de rumores y desconfianzas nutrieron las acciones de las potencias y sus peones criollos, que antes provocaron guerras fratricidas y dos conflagraciones mundiales, todo por mercados, falsos orgullos  nacionales y el temor a la revolución social, pero que sustancialmente les permitieron esquilmar al planeta subdesarrollado por centurias.Hoy, cuando hay una nueva conciencia unitaria de la mayoría de los ciudadanos de este continente, no cesan en sus esfuerzos malsanos por destruir lo obtenido; sus falsías apuntan a regresar al oprobioso pasado de atraso y sumisión, que debe ser sepultado. Empero entristece  y causa extrañeza que la nación más poderosa del mundo esté -respecto al Ecuador- en realidad tan mal informada o quiera estarlo.

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