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El Telégrafo

Para cada cual, un mismo trato

05 de noviembre de 2013

A través de todos los tiempos, el engaño entre unos países y otros ha sido la tónica que ha regido las relaciones internacionales. En los días actuales, puestas ya las cartas sobre la mesa como consecuencia de los trabajos de Edward Snowden y de Julian Assange, sin ninguna duda que es Estados Unidos quien va a la cabeza de la política del intervencionismo y la falsedad en el mundo, como hoy está sucediendo en Siria.

Al igual que anteriormente aconteció en Libia y en Irak, ahora parece tocarle el turno al país árabe ubicado en la costa oriental del Mediterráneo, al que no solo se lo ha castigado con una invasión armada y dirigida desde Washington y sus naciones aliadas, con la participación de los asalariados mercenarios provenientes de diferentes países, sino que, además, se le ordenó la destrucción de su equipo para la posible producción de armas químicas, equipo que bien podría haber sido utilizado por Damasco con propósitos energéticos o científicos, que servirían para su desarrollo. Y la Siria invadida por miles de mercenarios, y atacada desde afuera por los amos del mundo, debió cumplir la orden.

El mundo sigue contemplando las ignominiosas acciones de las naciones poderosas en contra de los pueblos más débiles, en su afán de dominarlo¿Pero es que acaso -siguiendo una norma de justicia- a cada nación que fuera dueña de similares instalaciones se le ha aplicado el mismo trato? Porque debería haber un necesario equilibrio en lo que se dispense a todos los países del mundo, por muy poderosos que fueren algunos de ellos. Ya es tiempo de que los organismos que regulan las relaciones entre los pueblos, como las Naciones Unidas, se liberen de la manipulación que hacen sobre ellos los dueños del mundo, fortaleciendo aún más las grandes desigualdades económicas, políticas y militares que existen entre los países más poderosos y las naciones más débiles.

¿Acaso toda la humanidad no es testigo en la actualidad, y desde años atrás, de que han sido precisamente los más poderosos miembros de la comunidad internacional quienes han realizado -en infinidad de veces- constantes pruebas atómicas? Y ahora, ¿acaso no sabemos todos los que poblamos la Tierra que han sido las naciones más fuertes, aquellas que han atacado con armas químicas o de alto poder destructivo a los pueblos que quieren sojuzgar, asaltar, intervenir, aniquilar o invadir? Y jamás ellos recibieron sanción alguna. Ni el más pequeño castigo siquiera. ¿Hay, entonces, equidad y justicia, para darle a cada cual un mismo trato?

Y mientras tanto, el mundo continúa contemplando aterrado las ignominiosas acciones de las naciones poderosas en contra de los pueblos más débiles, en su afán de dominarlos y, en general, de someter a los demás países, a fin de mantener su hegemonía. Guerras, genocidios, espionajes, invasiones, destrucción de civilizaciones enteras junto a valiosísimos e irrecuperables tesoros de la humanidad, neocolonialismo, intervencionismo. Y todo lo anterior, cualquiera sea su precio. Sin importarles la vida humana y la seguridad de la existencia de los seres. Sin tomar en cuenta las grandes catástrofes que sufre el planeta, roto el equilibrio ecológico, precisamente por culpa de las naciones poderosas, que no se acuerdan de proteger el medio ambiente y de dar a cada pueblo el mismo trato que a los demás.

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