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El Telégrafo
Nancy Bravo de Ramsey

Para algunos, la vida es un carnaval

04 de marzo de 2014

Como si la existencia se hubiera transformado en un eterno carnaval, ciertos políticos locales o nacionales de oposición se presentan disfrazados, enmascarados y utilizando un discurso con terminología progresista, precisamente para desorientar a los votantes. Y en esa trampa caen los ingenuos, aquellos con menos poder de análisis y limitada inteligencia, además de algunos oportunistas que desde tiempo atrás han perdido toda vergüenza y participan con el mayor entusiasmo en planificar el engaño, diseñando el disfraz, la máscara que utilizará el candidato y el texto de sus falaces intervenciones. De seguro, entonces creen ellos, que los resultados políticos serán óptimos para sus intereses, aparte del financiamiento extranjero que, como de costumbre, recibirán puntualmente desde un país del norte.

No obstante, sucede que, pasado el chuchaqui del falso triunfo de los opositores al Gobierno, poco a poco la realidad deja caer el antifaz, el disfraz va perdiendo su brillo, o al calor de sus malsanas pasiones, se les escapan ciertos gestos, frases o palabras que en ellos son auténticas y que son utilizadas para denigrar a sus propios servidores o a los elementos del pueblo que los excandidatos creen deben ser serviles con la ‘importante’ figura política. Pese a encontrarse convencidos de aquello, el carnaval irá desapareciendo despojándolos de la máscara, del disfraz y del discurso mentiroso. Y las cosas retroceden cuando el pueblo llega a distinguir la verdad con claridad. Como está sucediendo actualmente, pues desde ahora ya sabemos que mientras la mañosa oposición, que utilizó dolosos métodos para desprestigiar a los candidatos gobiernistas, en una suerte de campañas delincuenciales, obtuvo un pobre triunfo en las alcaldías de Quito y Guayaquil, en el contaje general de votos depositados a nivel nacional durante las elecciones del domingo 23 de febrero, el resultado confirmó que Alianza PAIS constituye la primera fuerza electoral del Ecuador, con un amplio margen de diferencia con respecto al movimiento político que ocupa el segundo puesto.

Pero vayamos un poco al auténtico carnaval. A aquella festividad con más de 5.000 años de tradición, que se supone nació entre los campesinos sumerios, que desde los días anteriores a Cristo celebraban la fertilidad de la tierra disfrazados y enmascarados, mientras cantaban y danzaban alrededor de una fogata, con lo que creían alejar a los malos espíritus de la cosecha que se aproximaba. Del pueblo sumerio, el carnaval, con su bullicio, su música, sus danzas y una vida licenciosa durante por lo menos tres días -en los cuales el ‘pecador’ escondía su identidad tras el disfraz y la máscara-, el carnaval pasó a Egipto, como las fiestas de Apis e Isis, luego llegó a Grecia, convirtiéndose en las festividades dedicadas a Dionisius, dios del vino, para posteriormente arribar a Roma, en donde las Saturninas, desenfrenadas celebraciones, fueron dedicadas al dios Baco.

Al ubicarse en Roma y en Venecia durante la Edad Media, esta fiesta de origen pagano adquiere su nombre de carnaval (carne-levare, que se traduce como quitar la carne) en relación a la prohibición de consumirla durante el período de Pascua, debido a la reforma del calendario hecha por el papa Gregorio XIII, en 1582. El carnaval de Venecia, principalmente, propició el encuentro de la disfrazada, enmascarada y elegante nobleza con el pueblo. Al pasar los carnavales a París y a Colonia, se convirtieron en una de las festividades más atractivas del mundo, lo que también sucedió en Cádiz y Badajoz, y en América, en Río de Janeiro, Nueva Orleáns, Oruro, Veracruz, Ambato y Guaranda, La Habana y Barranquilla.

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