El ciudadano común y silvestre debe mirar desconcertado el grotesco espectáculo de los garroteros (que siempre son los menos) apaleando a los remeros (que son la mayoría): bogue o no bogue, le cae un incesante y persistente garrotazo.
No importa el nombre de la persona que rema, ni la función o responsabilidad que cumpla en beneficio de la sociedad: que tenga motivaciones ideológicas o políticas; o que haya asumido compromisos ofertados a la colectividad: Basta que tenga facultades para ejecutar proyectos para que se convierta en un equivalente del “remero” o también llamado “galeote”, uno de esos esclavos que eran utilizados en los barcos coloniales y a quienes los garroteros les daban palo, con independencia de que remen (boguen) o no remen.
Las víctimas de este mecanismo perverso no entendían la lógica de recibir una paliza inmisericorde, cuando bogaban e igual si descansaban de remar. En todas partes del mundo los garroteros politiqueros son los que provocaron que se convierta en refrán universal aquello de que “palo porque bogues o no”.
Similar a ese galimatías de los contreras que están en contra hasta de los que están en contra. Garroteros necios, empedernidos, alimentados de amargura y veneno, que atisban dónde puede haber una hendija para filtrar su maldición.
Los garroteros no razonan, golpean nomás: Descuartizan al gato para tratar inútilmente de encontrarle la quinta pata, que no existe.
Ante el anuncio de un hecho o el subrepticio conocimiento de alguna intención para actuar, esos apaleadores escarban en el odio concentrado para ver de dónde sacar una crítica destructiva, un augurio de fracaso, una maldición satánica.
De estos garroteros, los peores son los desertores de la causa a favor de la cual estuvieron remando y aguantando palo, mientras estaban enrolados, hasta que por su propia culpa, o por intrigas ajenas, abandonaron los remos para agarrar los garrotes, igual que otros huyeron del barco para siempre, con una carga de resentimiento y de traición a los supuestos principios revolucionarios, al carecer de escrúpulos para juntarse en la misma manada con los garroteros de angora, supuestos enemigos de ayer, hoy siameses unidos por el bolsillo.
Esos desertores satisfacen su frustrada vanidad truncada, compareciendo presurosos a los medios adversarios del remero principal, que abren páginas, cámaras y micrófonos, para que desahoguen sus garrotazos verbales y utilizarlos sin descaro en la causa común que los hermana. Sólo que el garrote no doblega al remero que tiene verdaderas convicciones.