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El Telégrafo
Melania Mora Witt

Palestina, ¿hasta cuándo su martirio?

12 de julio de 2014

Hace unas semanas leí la última novela  de la española Julia Navarro, en la cual y con el título Dispara, yo ya estoy muerto, hace un interesante relato del conflicto palestino-israelí, a través de la historia de dos familias, vecinas y amigas. Durante muchos años, antes y durante la Segunda Guerra Mundial, ellas comparten esfuerzos y sacrificios para superar la pobreza, en una tierra a la que los judíos creen tener el derecho que, desde el Antiguo Testamento, les otorga el considerarse dueños de la “tierra prometida”.

Mientras, los árabes que las ocupan desde tiempos remotos empiezan a mirar como a intrusos y agresores a sus vecinos, a medida que con la diáspora ocasionada por el feroz antisemitismo nazi, estos llegan cada vez en mayor número y, a través de compras más o menos legales, desplazan a los palestinos de sus hogares y propiedades.

La anécdota novelística interpreta con acierto el enrarecimiento de las relaciones al principio fraternas, hasta que cada bando llega incluso a derramar la sangre de su adversario, en un camino sin término, agravado por la formación del Estado de Israel, establecido por  Naciones Unidas como compensación a los seis millones de víctimas del Holocausto. Desde entonces los palestinos se exilian a varios países vecinos o viven en condición de extraños en su propia tierra, pues carecen del estatus jurídico que Israel alcanzó para sus ciudadanos.

Reducidos a una estrecha franja de su antiguo país, los palestinos ven agravarse cada vez más su situación, pues, pese a los intentos de alcanzar la paz, los gobiernos israelitas continúan construyendo viviendas en la zona palestina, que incluye el este de la ciudad de Jerusalén, con el propósito de constituirse en mayoría dentro de los territorios que ocupan, en medio de continuos atropellos al pueblo árabe.

El secuestro y el asesinato de tres jóvenes judíos, actos repudiables desde todo punto de vista, ocasionaron la atroz muerte de un adolescente palestino que fue quemado vivo por extremistas de derecha israelíes. Este nuevo incidente ha despertado una vez más la violencia, que ya ha cobrado la vida de 35 personas -entre ellas 5 niños- y heridas a más de 300. Hay demasiada impasibilidad en Naciones Unidas y el mundo árabe y nada detiene esta nueva sangría. Intereses geopolíticos foráneos agravan el conflicto.

¿Cuándo comprenderá Israel que la mayor garantía para la paz será el reconocimiento del derecho de Palestina a ser un Estado soberano?

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