En el siglo XVIII, en China, dos sabios tuvieron que permanecer diez días encerrados en un templo, probablemente taoísta, a causa de unas torrenciales lluvias. Para pasar el tiempo escribieron lo que ellos consideraban como los 33 mejores momentos de la felicidad. Eso lo cuenta Chin Shengt’an, en los comentarios de la obra teatral “Cámara occidental”.
El segundo acápite dice: “Un amigo, a quien no he visto durante diez años, llega de pronto a la puesta del Sol. Abro la puerta para recibirlo y, sin preguntarle si vino por agua o por tierra, y sin pedirle que se siente en la cama o en la yacija, voy a la cámara interior, y pregunto humildemente a mi esposa: ¿Tienes un galón de vino como la esposa de Su Tungp’o? Mi esposa se quita alegremente del pelo su horquilla de oro para venderla. Calculo que nos durará tres días. ¡Ah! ¿No es esto la felicidad?”.
La referencia es citada por Marcelo Valdospinos Rubio durante la presentación de su libro “Sueños soñados”, que se acaba de presentar en Otavalo. Tiene una clave: el retorno a la semilla, a los días de la infancia donde aún era posible admirarse de la llegada del tren o, como una suerte de Tom Sawyer en la novela de Mark Twain, ir a la aventura para conquistar los inhóspitos bosques aledaños al Valle del Amanecer, como se conoce a esta pujante y caótica población que literalmente ha devastado lo que sus habitantes llamaban la “otavaleñidad”.
Es un libro de nostalgias. Pero esas memorias, debido a la visión antropológica de su autor, nos permiten vislumbrar lo que su generación hizo para construir un imaginario de pertenencia, desde la creación de las Fiestas del Yamor al rescate de los mitos en torno a las lagunas.
El texto no está exento de pasajes de la agria política, menos importantes que todo el trabajo que el Instituto Otavaleño de Antropología, IOA, -creado por su generación- realizó para conocer las realidades indígenas y mestizas, aunque ahora duerme el sueño de los justos por falta de apoyo. Allí están a la espera de reimpresiones más de 150 libros y colecciones clave, como “Pendoneros”, “Curiñán”, “Otavalo en la historia”, “Sarance”, “Presencia” y “Testimonio”, que permitieron entender una región que aún tiene mucho que contarnos.
Ahora, Marcelo Valdospinos Rubio es el presidente del núcleo de Imbabura, de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, donde ha desplegado una labor encomiable de apertura a los jóvenes. El libro está escrito en una prosa sencilla, acorde con este autor que nos recuerda la canción de Chabuca Granda: “Fina estampa, caballero / caballero de fina estampa, / un lucero”.