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El Telégrafo

Oposiciones u oposición

26 de octubre de 2012

Son totalmente disímiles. Diferentes entre sí, heterogéneas. Pero las oposiciones a los gobiernos nacional-populares latinoamericanos quieren parecer una sola. Quieren aunarse apelando a lo único que tienen en común, que es la impotencia. Y ante su repetido fracaso en las urnas, la tentación es liquidar toda coherencia ideológica, abandonar todo rumbo ético y juntarse con los enemigos históricos. Todo sea por ganar a cualquier precio. Lo acabamos de comprobar en Venezuela, lo vemos en Argentina, se repite en Ecuador.

Estos Frankensteins inventados, esas torres de Babel donde nadie se entiende, son inconcebibles. Esas mescolanzas indigestas donde podría ironizarse que creen que “la izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas”, carecen de cualquier norte, excepto el oportunismo. No pueden tener un liderazgo creíble, ni una orientación ideológica de conjunto, ni alguna programática operativa en común. Son máquinas de impedir, solo capaces de repetir el “anti”.

Han perdido la identidad propia, en la sola voluntad de oponerse a los procesos en curso. Ya no saben lo que son ni con quién se juntan. Han dislocado sus propias convicciones, que quedan enterradas en algún arcano como si fueran vetustos rescoldos del pasado. Hay personas de izquierda que por ir contra estos gobiernos -que no serían para ellos suficientemente de izquierda- están dispuestos a transar con las derechas más retrógradas (aquellas que se han opuesto siempre tanto a ellos como a los actuales gobiernos, y que lo harán de nuevo si volvieran a ocupar el Ejecutivo).

En fin, por algún milagro algunos creen posible retrotraer lo múltiple a lo uno, y convertir la desperdigada variedad de las oposiciones en una imaginaria homogeneidad. Inútil intento, ciertamente, que parece no haber aprendido nada de una época como la posmoderna, donde la reducción de lo múltiple es ampliamente rechazada.

El trabajo de cualquier oposición seria es hacerse creíble por la posibilidad de articular una gama de demandas sociales en una opción coherente, que muestre una efectiva capacidad de gobernar. Que no sea un rejunte compulsivo de diferencias.

Quien crea, en cambio, que puede plasmarse una opción seria solo con hablar mal del gobierno, o juntándose con cualquiera bajo la advocación de ser “anti”, es difícilmente creíble como capaz de sostener una fuerza por la positiva, de hacer un gobierno programáticamente orientado. En los últimos años, los resultados electorales en muchos países sudamericanos así lo han ratificado.

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