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El Telégrafo

Olimpia después de 2.788 años

31 de julio de 2012

Se desconoce quién decidió convocar a las ciudades-estado griegas, en eterna pelea entre ellas, a participar alegres y confiadas en los juegos de Olimpia. 

Quizás fue un hábil político que consideró al deporte como el mejor medio para inducir a los griegos a sentirse nación y acabar con el espíritu de la polis, valor supremo que hacía de cada griego un ciudadano muy sensible a lo que sucedía dentro de su ciudad, y cruelmente indiferente a todo lo que acontecía fuera de ella. 

Pero también pudo ser un dispuesto y mañoso hombre de negocios de Olimpia, que entendió la rentabilidad que tal evento podría traer para su bolsillo y para otros muchos habitantes de esa ciudad. Porque el mercantilismo ha sido, y es, la constante de todas las olimpiadas.

Es una patraña afirmar que los antiguos competidores recibían únicamente una corona de laurel. El culto a los vencedores fue desenfrenado y los convertía en ricos con los donativos que les hacían sus ciudades de origen. Escultores como Simónides y poetas como Píndaro eran muy bien retribuidos por ensalzarlos  en mármol y bronce, o en versos. Hasta al potro ganador de Feidolas le alzaron estatua.

Ha sido tan grande el enseñoramiento del “espíritu olímpico” que llega hasta a ocultar la historia. La millonaria superproducción de Hollywood sobre Leónidas y sus 300 compañeros que murieron en las Termópilas no cuenta que se quedaron sin apoyo debido a la tregua por la celebración de los juegos de Olimpia. 

En el año 776 antes de Cristo se realizó el primer juego de Olimpia. Y durante más de mil años, hasta el 426 de nuestra era, fue la capital del deporte. Teodosio II mandó destruir el estadio, que para esa época de decadencia generalizada se había convertido en garito.

Al francés Pierre de Fredi, barón de Coubertín, con claro espíritu  mercantilista, se le ocurrió establecer los modernos juegos olímpicos, para que coincida con la Exposición Universal que conmemoraría en París la llegada del siglo XX.

Por tercera ocasión, el viernes pasado Londres alzó el telón para el inicio de las olimpiadas; las anteriores fueron en 1908 y 1948. El diario The New York Times, a su reseña de esta ceremonia inaugural, la tituló “Un circo de cinco aros, sinvergüenza y raramente británico”.

Quiso ser la respuesta estadounidense a la fuerte reacción que tuvo el Alcalde de Londres, y los políticos del Reino Unido, ante la controversia que causó la gran metida de pata del virtual candidato republicano Mitt Romney, al afirmar en una entrevista que algunos aspectos organizativos de las olimpiadas fueron  desconcertantes y cuestionó que el evento fuera a salir bien.

El deporte jamás puede hermanar a los pueblos, porque subyace el rencor del vencido. Es la falacia de la perpetua dirigencia de los organismos rectores del deporte mundial, llámense FIFA o COI.

Estos organismos supranacionales son un mundo aparte con leyes y reglamentos dictados por ellos mismos, que pretenden rebasar la soberanía de cualquier Estado. Son intocables. Nadie los fiscaliza ni les puede cuestionar respecto a la saludable alternabilidad de los altos cargos.

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