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El Telégrafo

Ofertas y presagios

31 de diciembre de 2012

Se avecina la campaña electoral que enfrentará a uno contra siete, cuando las encuestas de todos lados informan que ni reunidas las fuerzas electorales del grupo le hacen cosquillas al ganador.

Cada cual aspira a robustecer sus adherentes y para ello, como es igual en todo el mundo, hacen ofertas y más ofertas para ver si atraen aunque sea la curiosidad, si es que no alcanzan el apoyo y más tarde el voto.

Como sabemos, entre la atención y las urnas hay un largo camino por recorrer. La ciudadanía sabe con cuántas papas se hace el locro y ya hace rato que no se deja engañar: sabe que cuando no hay argumentos para convencer con las ofertas tampoco le da validez a los presagios tenebrosos de los pájaros de mal agüero.

Los opositores se han contagiado con dos argumentos que repiten sin lograr hilvanar un discurso convincente: el uno es para lamentar que la inversión pública sea contundente y alcance niveles nunca antes imaginados y que sean superiores a la inversión privada. El otro es que si cae el precio del petróleo la vamos a pasar muy mal.

Acostumbrados a depender de lo privado y a desconocer la importancia de lo público, quieren fomentar una absurda polarización, como que si para al mayoritario ciudadano de a pie eso fuera materia de preocupación.

Todos saben que la inversión privada tiene afanes de lucro y que a los dueños del dinero lo que interesa es la utilidad o rédito de su operación. El sector público, en cambio, en teoría, se sustenta en otros valores, como la equidad, la eficiencia y la solidaridad, cuando las inversiones se realizan con patriotismo.

Esos opositores se lamentan de que en el presente haya dinero que se gasta o se invierte y que no se imponga un sistema de ahorro que antes se destinaba al pago de la deuda externa.

Con ambas mentalidades el país ha sobrevivido, con corrupción incluida, porque al delincuente le importa un pepino el origen del dinero mal habido y que corresponda a la inversión pública o privada.

Pretenden asustar a la ciudadanía advirtiendo que todo se derrumbará el día en que baje el precio del petróleo, como si le dijeran a los individuos que se van a arrepentir de haberse comprado una casita o un vehículo el día que le cambie su estatus de trabajador activo a jubilado.

El otro piensa que nadie le quitará lo bailado y que si cambia su realidad todo lo adquirido en materia de educación, de salud, de seguridad, de justicia, de equidad, de oportunidad y de esperanza ya es irreversible.

O cambian las ofertas y disminuyen sus presagios, o el destino ya no tiene retroceso.

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