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El Telégrafo
José Velásquez

No me representan

31 de agosto de 2020

Que haya casi una veintena de binomios y que ninguno me represente es una advertencia desalentadora sobre el futuro. Y creo que mi frustración no es un caso excepcional.

En democracia, más no es necesariamente mejor. De hecho, tener esta constante rotación de partidos y movimientos habla de una falta de sostenibilidad institucional que además se presta para que tiendas de alquiler den posada a candidaturas nómadas. El primer error se origina, por supuesto, en el Consejo Nacional Electoral y la falta de un filtro que impida darle de comer a listas golondrinas cada cuatro años. Pensar por ejemplo que el Movimiento Amigo destaque en el mapa político no es un acto de ingenuidad sino de conveniencia.

El segundo problema radica en un poder mal utilizado por los militantes a través de las primarias. ¿A quién se le ocurre pensar que Washington Pesántez puede mejorar sus modestos números de 2017 (71.000 votos) o que Juan Fernando Velasco tiene credenciales para llegar a Carondelet? Quizás no a ellos, pero sí a quienes los nominaron en lugar de buscar coaliciones. Al final, los intereses partidistas siempre se anteponen a los del país y así desembocamos a un borrador de papeleta tan inmenso como vacío.

Que no haya un auténtico relevo siempre es síntoma de un proyecto unipersonal (ingrediente indispensable en la receta populista). Correa, Nebot, Lucio, Lasso y Bucaram han cortado a sus partidos con la misma tijera de tal manera que sin su cacicazgo (salvo el PSC) estarían condenados a la extinción.

Empiezo diciendo entonces que no me representan los falsos mesías, que creen que son más grandes que las instituciones, porque sus decisiones pasan por la aduana del ego. Obviamente tampoco me siento identificado con el aura mafiosa que rodea a Bucaram y a Correa, ni con las variantes de misoginia, el abuso de poder o el curuchupismo solapado. Tampoco podría darle el voto a gente que está medianamente preparada porque la presidencia no es una pasantía ni una pasarela.

El problema de la representación no es un detalle menor. Votar por resignación es una tregua frágil y votar por rechazo al villano de turno es un matrimonio forzado. El voto de la convicción debe llegar vía alianzas: quizás si se unen dos o tres, podrán finalmente sumar uno. (O)

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