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El Telégrafo

Niveles de consciencia

16 de julio de 2013

Uno de los amigos de Mafalda dice: “Las cosas que tiene que oír uno por andar con las orejas puestas”. Ahora, a propósito del caso Snowden, se escucha de todo y resulta esclarecedor observar cómo el odio, los traumas y los complejos en algunas personas se activan. Algún momento, por ejemplo, un comentarista radial dijo, con una voz que si tuviera sabor sería a cianuro: “Ahí está el traidorzuelo, hablando de ética”… y en alguna publicación escrita se lo ha llamado “soplón”.

El encanto de los dilemas éticos es que no tienen respuestas unívocas. Los seres humanos somos complejos, y esa complejidad se manifiesta en una dualidad que nos hace defender para nosotros lo que atacamos para los demás.

Vemos por ejemplo el caso de la Iglesia católica, que excomulga a las mujeres que se ordenan sacerdotisas, pero no excomulga a sus propios sacerdotes que han abusado de menores de edad. O que en donde manda cierra la puerta a otros credos, pero donde no manda es la portaestandarte de la libertad de cultos. Y al mencionarlo no hay amargura ni odio, simplemente la constatación de que, hasta en sus más altos y representativos estamentos, la humanidad defiende sus intereses por donde mejor puede, y ni siquiera le importa si es que queda pésimo o la mentira se huele a leguas. Como los niños que al cerrar los ojos piensan que se han vuelto invisibles, las instituciones, los gobiernos e incluso las familias y los individuos creen que un discurso de un signo podrá tapar o por lo menos moderar los efectos de una acción que contradice por completo lo dicho.

Tal vez desde un punto de vista bastante estrecho Snowden sea un “traidorzuelo” o un “soplón”, sin embargo, desde otro punto de vista de coordenadas más amplias, no deja de tener grandeza el acto de colocar el sentido de pertenencia no en un gobierno, no ni siquiera en una nacionalidad, sino en la especie misma, en eso que el mismo Snowden ha llamado “la conciencia del mundo”. Diríamos “la consciencia del mundo”: la capacidad de comprendernos y sentirnos parte de un todo más allá de la mezquindad de los intereses del poder y del dinero.

Porque, por encima de los tristes finales orquestados por el poder (cualquier poder), son precisamente quienes han superado el nivel de consciencia del adulto egoísta para alcanzar el de la fidelidad a la especie quienes hacen que se vaya elevando, aunque sea poco a poco, la consciencia de los seres humanos. Y todos ellos, en su momento, han sido acusados de traidores, cuando no de cosas peores.

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