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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

Ninguna guerra es limpia

25 de febrero de 2015

Cosa curiosa, el ser humano. Listo para defender sus intereses con cualquier método. Listo para argumentar en favor de lo que hace agarrándose de lo que sea. Ya lo dijo el legendario motivador Dale Carnegie: “Una persona siempre tiene dos razones para hacer lo que hace: la primera es la más noble, más loable y altruista… y la segunda es la verdadera razón”.

En donde esta teoría más se comprueba es en la lucha política. Según los actores de bando y bando se podría llenar un santoral con los nombres de quienes están a favor de ellos, sean quienes sean, y también se podrían llenar todas las pailas del infierno con quienes están en contra de ellos, sean quienes sean. Es frecuente que se acusen mutuamente de lo mismo que cometen, y que, a la larga, terminen siempre utilizando los mismos métodos y los mismos recursos.

Las guerras mediáticas no son cruentas en el sentido tópico de la palabra. Pero tal vez era preferible luchar en aquella época en que probablemente las cosas se hacían a garrotazo limpio y no mediaban todas las variantes interpretativas de las intenciones, de las entrelíneas, del me dijo esto pero quería decir esto otro, y a ti te lo dijo Juan para que me oigas Pedro, etc., etc., etc… Las guerras mediáticas no son cruentas cuando comienzan, pero tampoco son limpias. Se agarran de todo, o si no miremos un conocido ejemplo: me refugio en el anonimato para hostigar, pero en cuanto me mandan un anónimo a mí, para hostigarme (o sea, hacen casi lo mismo), me ofendo, me resiento, me victimizo y huyo (diciéndoselo a todo el mundo con lágrimas en los ojos, seguro). Le cuento a quien quiera oírme que mi vida y la de los míos está en peligro, pero sigo sin decir cuál es mi nombre y cuál es mi apellido… ¿es eso un juego limpio? ¿Cuál de los dos juega más sucio, más artero y bajo? ¿Ambos o ninguno?

Grave dilema ético.

En un mundo ideal no faltaría, probablemente, alguien que comience a hostigar por su propia iniciativa o por la de otro que se resguarda en la sombra; pero tal vez las reacciones de los ‘bien criados’ serían diferentes. Lo hemos dicho. Sin embargo, guerra es guerra, y tal vez sí es justa aquella apreciación de que la mejor defensa es un buen ataque, y otro, y otro, y otro, y otro… y así, aunque ya no haya de qué defenderse. Por si acaso.

Y entonces los supuestamente ‘buenos’ que fueron atacados primero terminan defendiéndose con los mismos métodos, y lo que es peor, convirtiéndose en la misma especie que censuran públicamente.

¡Humanos somos!

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