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El Telégrafo
Ilitch Verduga Vélez

Multipolaridad mundial

05 de junio de 2015

El siglo XXI que venía con fulgores siniestros y sombríos, bajo la denominada ‘ecuación del poder’ que aseguraba el  ‘fin de la historia’ como síntesis ideológica y sustento inmoral de la creación  de un orden unipolar, aquel proyecto hegemónico que sostenía la necesidad existencial de Occidente de reproducir el milenio del Imperio romano; en la actualidad fracasado y en extinción; tiene ahora las posibilidades de génesis de un orbe multipolar o apolar que aspira a institucionalizarse.

Según el historiador inglés Timothy Garton Ash, el gran ángulo de la lente del consenso de Davos comienza a centrarse en la constitución de una nueva articulación universal, conducente al registro de una realidad distinta a la surgida después de la caída de los regímenes socialistas de Europa Oriental y la implosión de la Unión Soviética. Hechos sustantivos en relación al poderío de las grandes potencias surgidas después de la Segunda Guerra Mundial. Ash lo ratifica al afirmar: “El poder ya no es lo que era ni está donde estaba”, corresponde entonces a una verdad que es casi un correlato de lo que ha sucedido en menos de un lustro en el campo internacional, con el surgimiento de grandes bloques económicos y con potestad militar disuasiva, capaz de evitar aventuras belicistas tales como las que se dieron en el pasado en Afganistán, Irak, Libia, que continúan agobiando a sus pueblos y también a los conglomerados de EE.UU. y de la OTAN.

Si bien es cierto ya no es posible ni deseable la restauración del antiguo orden bipolar, que sostuvo durante casi medio siglo la gobernabilidad del planeta y posibilitó procesos de gran relevancia histórica y social, como la descolonización de África, Asia y América Latina, no es menos cierto que hay formas de repartición del poder gubernativo en el presente y seguramente lo serán en el futuro inmediato, diametralmente distintos, al existente 5 décadas atrás, tanto en lo vertical, por cuanto la jurisdicción de los Estados está disminuida por acciones de poderes fácticos -los ‘aparatos ideológicos del poder’ como los llamaba Gramsci- y en lo horizontal, pues el arbitrio de la problemática mundial es responsabilidad de muchas naciones, más allá de las tradicionales del hemisferio occidental. Asia, con grandes exponentes, China, India, Japón, Vietnam; Sudáfrica en el continente negro; Brasil en el nuestro, se han convertido en países que cuentan en la geopolítica de la Tierra. Casi todos los mencionados más Rusia integran el Brics, un bloque transcontinental cuyos indicadores geográficos, científico-técnicos, financieros, poblacionales de recursos naturales constituyen un alto porcentaje del poderío económico mundial con guarismos fundamentales.

La fundación y desarrollo de  organizaciones de unidad e integración de las repúblicas de América Latina como Unasur, Mercosur y la Celac solventan el concepto de que el poder mundial tiene cada día niveles disímiles, por tanto, la tendencia generalizada de los pueblos es de abandonar y para siempre la antigua sucesión globalizadora con 500 años de supremacía del occidente judeo-cristiano sobre las mayorías. Lo que implica que hay una urgencia de un mandato justo, sentido, visible, poderoso y definitivo, que impone un nuevo orden mundial, diverso, ético y justiciero. (O)

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