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El Telégrafo

Moscú

18 de julio de 2012

Es ahora la suma acumulada de un inmenso pasado y un porvenir aparentemente cierto y certero. En sus calles, como en sus edificios y oficinas, se acumulan, como capas, las evidencias de ese pasado soviético que parece irse definitivamente y ese otro futuro que se construye y que no termina de despegar, salvo porque el lujo capitalista es la mejor cara hacia Occidente.

De hecho, lo que más se ofrece al turista son los vestigios del socialismo soviético, desde las insignias militares, las estatuillas de Lenin, Stalin o Brézhnev, pasando por las fotos de la Gran Guerra y también los libros, esa enorme producción bibliográfica, sobre ciencia, tecnología, literatura e historia.

Con todo y eso Moscú es ese  puente entre un modelo que no satisfizo toda la expectativa política y el nuevo que tampoco resuelve todos los problemas de la mayoría de los pobladores. Y como puente hay un peso fuerte del pasado que no deja, por ejemplo, que el Estado abandone sus responsabilidades concretas (por eso sostiene la educación y la salud como obligaciones públicas) y se resiste a un agresivo mercado que invade cada espacio, sobre todo con lo más “exquisito” de ese sistema: los autos, perfumes y ropa  más  caros del mundo.

Y también tiene un reto, quizá simbólico aún, por todo lo que hace y construye en lo físico, lo político, social y cultural. ¿Se propone recuperar la condición de capital de la potencia “oriental” para disputar esa hegemonía en crisis del Occidente? Por eso se realiza en esta capital un sinnúmero de reuniones y eventos, en los que prevalecen los representantes de países orientales o, por lo menos, no alineados con Washington.

En dichas reuniones hay otros discursos, muy pocas veces destacados en la gran prensa mundial (de la que se hace eco la nuestra de corte comercial) y que sustentan la perspectiva de otras narraciones y relatos políticos para el planeta.

Los moscovitas no están del todo contentos con su presente, piensan más en el futuro inmediato, poco quieren saber del pasado, ni siquiera lo ven ya con nostalgia. Estos ciudadanos, incluso, no miran hacia adentro de su patria. Su mirada está puesta más en el mundo occidental, en el consumo; y en el europeo oriental y en el asiático para las inversiones.

Aunque es cierto que van dejando ya, tras más de 20 años de desaparecida la URSS, como parte de una prehistoria, toda la gloria que se visibiliza en los museos donde hay un orgullo pleno: haber sido los triunfadores de la II Guerra Mundial, haber derrotado a un enemigo poderoso como fue Hitler y el sacrificio de más de 20 millones de rusos en esa gesta.

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