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El Telégrafo

¿Misericordia, cemento?

30 de agosto de 2013

Me he de servir, en las pausas que el asombro dispensa -antes de agotarse-, de notas publicadas en periódicos de Guayaquil en referencia a la culminación de las  tareas  de “regeneración” en dos cuadras de la calle Panamá entre Padre Aguirre e Imbabura, según los constructores, dichos trabajos estarían terminados el 25 de julio pasado.

Obviamente ha transcurrido más de un mes de ese pronóstico y el problema sigue latente. La zona de guerra en que se ha convertido el lugar donde vivimos, y padecemos durante casi un año los estragos del progreso urbanístico, está incólume. Escribí sobre ese problema con el título “Los hechos y las circunstancias de Guayaquil” en el fraterno diario que me cobija, artículo que se publicó en la fecha de mayo 31-2013 y por lo que, quienes lo leyeron, amablemente me piden vuelva a referirme al tema.

Mirar hacia adelante es ser optimista, aunque riguroso en no aceptar medias verdades, aun y a pesar de que unos pocos solventen interdependencias positivamente creadoras en un diseño citadino, no se pueden admitir aquellos atentados contra la supervivencia de vecinos y pequeños negocios, en definitiva aquellos jirones de población que habitan el centro de la urbe, que pagan sus impuestos prediales y los de renovación urbana, pero que son ignorados en decisiones de obras, que definitivamente afectan su existencia y su derecho de vivir en paz y en armonía con su entorno, abusos de las constructoras, que suceden porque nada hacemos por evitarlo.

La Constitución  nacional establece derechos y garantías, y sustenta deberes para todos, entre ellos el de la consulta previa y la resistencia legal a hechos que afecten la vida personal y social  de los habitantes. Se ha repetido hasta la fatiga la necesidad de que los que moran esta patria utilicemos los mecanismos constitucionales para evitar atropellos y, dentro del marco de la ley, propiciar acuerdos en beneficio de todos, respetando el bien común, la interrelación cotidiana, en suma, el Buen Vivir. Lo que sucede en muchos sitios de la ciudad es deplorable, denota falta de planificación  y  más bien  muestra a la improvisación como deidad fascinadora gobernando las entidades favorecidas por el Municipio para la repavimentación de la metrópoli,  perjudicando a los ciudadanos.

El criterio de lo sustancial de la obra física en una acción gubernamental, sea local o nacional, es válido y lo respetamos, y más todavía cuando es en beneficio de las mayorías, no obstante, lo trascendente es lo nocivo que puedan ser todas aquellas acciones contrarias a la salud  personal y social, la seguridad y la razón, ya que indudablemente pierden vigencia y continuidad y turban la expresión de nuestra convivencia, como ocurre precisamente en nuestro barrio desde hace meses.  

No quiero asumir un enredo dialéctico con nadie, y espero no tener que pedir conmiseración a una materia inerte: el cemento. Aspiro sí, como residente que se siente perjudicado por esas actividades ya mencionadas -y no alertadas-, sin espacios y sin tiempos, a una respuesta sin ningún tipo de parafernalia a una pregunta que nos hacemos cientos de personas agraviadas. ¿Cuándo los responsables de la remodelación de la calle Panamá la entregarán terminada?

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