Publicidad

Ecuador, 25 de Septiembre de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo

¿Milagro? ¡Milagro!

18 de enero de 2013

Sucedió en Leeds, Inglaterra, en 1889. Candice Sullivan, mujer devota, iba a tener su tercer hijo. Como una bendición, los dolores del parto eran moderados y los médicos esperaban calmados aquel nacimiento que se anunciaba sin complicaciones. La sala estaba iluminada, como el rostro de aquella mujer que sabía cuán importante era traer una nueva vida. Y todo se resolvió en minutos, sin apenas un lamento de la parturienta que reflejó el esfuerzo con algunas gotas de sudor sobre su frente. El niño, que había nacido envuelto en el saco amniótico, fue liberado de aquel velo que se consideraba un buen presagio, y fue entregado a la madre. 

Murmullos de satisfacción. Pero, de repente, todo se rompió con un grito reprimido de una de las enfermeras. Cuando en medio de la sorpresa todos la miraron, ella señaló al saco amniótico, sobre la mesa auxiliar, y empezó a decir “Mil…mil…milagro…”.

Otra enfermera acudió presurosa y de manera delicada levantó el saco amniótico que habían retirado del cuerpo del recién nacido. Se acercó, lo tomó entre sus manos y, sin soltarlo, cayó de rodillas. Enseguida levantó los brazos, para que todos pudieran ver el prodigio. En el saco se podían ver, de manera clara, dos palabras: “Holly Bible” (Sagrada Biblia).

Un escalofrío de asombro recorrió a los presentes. El médico, escéptico, encontró que el saco amniótico se había dejado sobre una Biblia colocada en la mesa, en cuya tapa estaban escritas las palabras “Holly Bible”. El saco se había impregnado de aquella tinta. Esa era la razón. Pero los otros no se amilanaron.

Rechazaban una explicación racional a lo que, a todas luces, era un milagro. La noticia se publicó al día siguiente en el periódico Leeds Mercury, y la casa de la parturienta se convirtió en lugar de peregrinaje para ver el saco amniótico guardado en un frasco con alcohol. Y hubo milagros. Es verdad que ningún ciego volvió a ver, pero sí alguna abuela, que ya murió, se quejó menos de dolores en la espalda.

Y durante la semana siguiente, un conocido borrachín fue menos veces al bar. Eso no se podía discutir. El médico intentó explicar de nuevo lo acontecido, pero fue silenciado. Y a partir de entonces se convirtió en un personaje odiado en el pueblo, por oponerse a los milagros. Terminó viviendo en Londres.

En ajedrez es al contrario: Gana siempre el que ve más lejos, el que tiene la razón. Reti-Tartakower, Viena, 1910.

18-01-13-deportes-ajedrez

Contenido externo patrocinado