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El Telégrafo

Microagresiones

26 de abril de 2013

Hay una serie de reivindicaciones que se han hecho públicas. El reclamo de derechos, consagrados en la Constitución, se ha vuelto manifiesto en un siglo donde ya no nos podemos permitir la discriminación de ninguna índole ni desde ninguna instancia. Una ciudadanía más organizada y visible que ha encontrado los espacios, los ha legitimado y desde esas palestras ha buscado que sus reclamos trasciendan una legislación para que se cuelen en la sociedad. ¡Igualdad Ya! o la Marcha de la Putas son los ejemplos más visibles.

Pero una vez terminado el activismo regresamos en las construcciones estructurales que, a pesar de nuestro afán integrador e igualitario, permanecen inamovibles. Aquellos que hemos trascendido el medievalismo de la homofobia o el racismo, no terminamos de verdaderamente cambiar nuestro comportamiento social frente al otro. Caemos en las microagresiones. Usted que se considera el adalid de la tolerancia y el “open-mind”, ¿cuántas veces ha preguntado a su compañera de trabajo si tiene novio, asumiendo que debe ser heterosexual? O cuántas veces, en su afán de apertura, ha dicho: “Yo no soy homofóbico: hasta tengo un amigo gay”.

Observe las interacciones en su sitio de trabajo, las relaciones entre hombres y mujeres, las insinuaciones y los roles jerárquicos que se asumen.

Son esas expresiones breves y cotidianas, intencionales o no, cuya hostilidad desgasta las relaciones sociales y desde donde caemos en lo que tanto criticamos y lo que buscamos reivindicar. Y también son comportamientos que transmitimos. Mi hijo está en maternal.

Estaba pintando en casa y no utilizaba ni el café ni el negro. Cuando le preguntamos por qué, respondió que su profesora decía que el café y el negro son colores tristes, y por eso no debemos usarlos. No hay mala fe detrás de eso. ¿Pero cuál será su reacción frente a una foto de alguien “café” o “negro”? ¿Seremos también tristes?  ¿Y de ahí, dónde terminará esa descripción?

Tomemos un minutos para reflexionar en las duras realidades del tejido social.

Detengámonos a ver quiénes son y cómo son las personas del “mantenimiento”. ¿Los conocemos? ¿Más allá de la cortesía, los respetamos, los valoramos, los consideramos nuestros iguales? ¿Los homogeneizamos? ¿Qué significa que me refiera a ellos desde la preconcepción de que no leerán estas palabras? ¿Qué color, qué raza y qué orientación sexual tiene nuestro prototipo de persona?

Miremos a nuestro alrededor. ¿Estamos, por lo menos, poniendo estos temas en la mesa?

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