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El Telégrafo

México, génesis y caída de una revolución

09 de agosto de 2013

La impertinencia  dolorosa, aunque cordial  del dictador Porfirio Díaz, cuando exclamó: “Pobrecito México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”, no debe ser reducida a ligerezas de un político cuyo régimen nefasto esclavizaba al gran país azteca en esas fechas. Es más  bien la reflexión de quien conocía “al monstruo porque vivió en sus entrañas”, como decía el apóstol Martí. Ha pasado un siglo de la insurrección popular  mexicana que lo derrocó -que generó tantas esperanzas para los humildes del orbe-, no obstante, la frase sigue vigente, en el devenir y la suerte de su generoso y sabio pueblo. Valiente fue el desafío, muy  arrojada la osadía de ese  México inmortal, encabezado por Zapata,  por Villa, en razón de que nada ni nadie en absoluto podría asumir que un ejército harapiento podría vencer a fuerzas armadas, instruidas en academias europeas, manejando armas modernas para los tiempos: artillería y aviación, frente a las huestes revolucionarias, apenas con fusiles, pistolas, dinamita, utilizada de las minas en las que eran sojuzgados y sus fieles caballos.

El acontecer posterior del triunfo rebelde es  conocido, se produjo el gran vacío, el pensamiento transformador que lo motivó se distanció de la práctica  ejecutiva de los regímenes que siguieron, la enorme caravana de los principios reivindicadores fue dejada en el camino de la componenda, el vacuo sentir de las palabras de quienes se sintieron herederos de la mayor transformación social de su historia aplastó aquellas consignas de “Tierra y Libertad”, la fatiga universal del discurso se apoderó del proceso y la corrupción, como hidra de mil cabezas, asoló su territorio y lo anecdótico se convirtió en costumbre.

Pero hubo excepciones, es justo relievarlo, el gobierno de Lázaro Cárdenas, en forma independiente y soberana, retomó la senda abandonada, intentó reparar el tiempo extraviado y en su corto espacio de ejercicio nacionalizó la industria petrolera e inició la tan anhelada reforma agraria. “Tata” Cárdenas, como lo llamaban los indígenas de la región de la Huasteca, además, hizo escuchar a todos la voz del conglomerado que tan dignamente representaba, su inolvidable ayuda a la República española, que enfrentaba al fascismo, y luego después de la derrota de la democracia en España, su inmenso aporte para recibir a los miles de exiliados ibéricos, la flor y  nata de la cultura, el arte y la ciencia peninsular que hicieron de la tierra mexicana su terruño entrañable, que aportaron con sus ideas y acciones para el florecimiento de  su patria de adopción.

Un éxodo de intercambio humano de los más notables que se tenga memoria en nuestro continente, fruto de su talento y sensibilidad de estadista. Empero, las urgencias y las amenazas vecinas continuaron y quienes lo sucedieron no tuvieron ni su  temple ni su sabiduría para continuar su obra fecunda. Hoy el hermano país sufre el embate del crimen organizado en su amplia y macabra acepción: el dinero fácil, el comercio de drogas y los múltiples y atroces asesinatos cotidianos aterrorizan al mundo, y lo pueden catapultar a los campos de Estados fallidos, cuya fragmentación moral puede tener consecuencias imprevisibles. Un enfrentamiento, fratricida, conflicto que ya los gurús de la información bautizaron como “narcoguerra”.

El dilema vital  de ser vecino del mayor mercado consumidor de narcóticos y gran vendedor de armas del planeta es la  evidencia sustancial de aquella sentencia emitida por el autócrata Díaz en el siglo pasado. Y que lamentablemente tiene  plena vigencia todavía.

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