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El Telégrafo

Memorias, homenajes y realidades

19 de febrero de 2012

La historia humana no deja dudas respecto a nuestra obsesiva inclinación por la idolatría; desde la Babilonia de Nimrod, el Egipto de los faraones, el Imperio Romano y los reinos del lejano Oriente, así como en la Alemania nazi, la Italia de Mussolini, el soviet de Lenin, la China de Mao, el Irak de Sadam Hussein, etc., se han levantado monumentos a personajes cuya posición política tuvo preponderancia, sirviendo no sólo de recordación y homenaje, sino, muchas veces, de instrumentos de adoración para sus seguidores.

En nuestras ciudades también encontramos muchos monumentos erigidos a políticos de relevancia en nuestra historia, y entre ellos, por la actualidad de ciertos hechos, menciono a dos personajes que, en diversas épocas ocuparon el puesto de Presidente de la República, teniendo defensores y detractores. Me refiero a Eloy Alfaro y a León Febres Cordero, quienes continúan generando pasiones encontradas, con la particularidad de que, generalmente, quienes adoran a uno repudian al otro; pero la verdad es que ambos tuvieron aciertos y desaciertos (por decirlo suavemente) en su gestión de mandatarios del pueblo.

Debo aclarar que no sería justo comparar la gran obra de Alfaro  con la de Febres Cordero, pues de querer medir el trabajo del “Viejo Luchador” con otro, sería con el de Gabriel García Moreno, otro personaje contrario a Alfaro, que desarrolló una obra inmensa, en ciertos aspectos, más amplia que aquella. Pero todos estos hombres han tenido su parte positiva y negativa, con el común denominador de ser amantes del poder y generar amor y odio.

Todo pueblo debe tener memoria material de su historia y para eso deben servir los monumentos; mas, actuar con idolatría o estimularla es dañino al alma, y aprovechar la memoria de cualquier personaje para fines particulares o de grupo es perverso. Por otro lado, nadie puede prohibir que los adeptos a uno quieran rendirle homenaje con una estatua, pues estarían negando su propio derecho. Seguramente a algunos molestará esta reflexión, pues la verdad es como un pinchazo a la conciencia y hay quienes no desean despertarla.

Finalmente, si la memoria es necesaria y rendir homenaje es lícito, la realidad es insoslayable: todos han sido hombres con vicios y virtudes, que sólo deben ser puestos en el pedestal de cemento, pues el único que merece nuestra total confianza, gratitud y amor, es aquel Maestro que caminó los polvorientos caminos de Jerusalén, nunca hizo mal a sus contradictores  y, pese a su inmenso poder, jamás abusó de él.

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