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El Telégrafo

Me despido, Ecuador es mi hogar

07 de agosto de 2012

Esta semana me encontré frente al predicamento de si seguir o no escribiendo esta columna y con el dolor del alma tuve que asumir que no tenía el tiempo necesario para ella. Por esta razón hoy les quiero contar cómo fue que llegué a estas páginas.

Cuando vine a vivir al Ecuador hace unos años, sabía que tenía dos opciones: o me hacía de corazón más ecuatoriana que una humita o me quedaba a morirme en un país en el que siempre sería y me sentiría una extranjera, mientras añoraba mi adorada Colombia.

Si el problema era que no quería sentirme tan extraña y tan ajena, tenía que encontrar la manera de dejar de serlo y me parecía que involucrarme en la vida del país era la mejor manera de crear este vínculo que tanto necesitaba para hacer de Ecuador lo que hoy es: mi hogar.

Escribir en un diario era mi mejor camino, me obligaba a enterarme de todo lo que pasaba y me permitía opinar. El problema era que uno debía sentirse con el derecho moral a hacerlo, lo que me llevó a obtener la nacionalidad ecuatoriana. Yo quería sentirme con el derecho a criticar, aplaudir, sugerir, sencillamente hacer lo que cualquiera hace en su propia casa. Y así lo hice, con la convicción de que el hogar no es solo en el que se nace sino en el que se muere.

Por aquellas cosas de la vida se presentó la oportunidad en El Telégrafo y a mí me pareció maravilloso aprovecharla, hacía ya un tiempo yo había enviado una columna para consideración de sus directivos, porque este es un diario público y como tal es de todos los que vivimos en el Ecuador.

Fueron muchas las advertencias que recibí acerca de vincularme a este diario, especialmente por mi posición política de centro o liberal, como llamamos en Colombia. No vayan a creer que fue fácil, siempre hubo el ultra fascista que me quiso comer viva y siempre hubo el ultra zurdo que me consideraba una traicionera con las FARC, pero al final siempre llegaron muchos y muchos correos de mis lectores que me animaron a seguir adelante, y en especial los de aquellos con los cuales generábamos debates candentes, respetuosos y geniales.

Lo cierto es que el Ecuador al que llegué hace cuatro años no se parecía en nada al que hablaban en Colombia, y hoy ha cambiado tanto que ya ni me lo creen cuando voy de visita. Me gusta este país y me gusta que progrese y sea más justo y equitativo.

Quiero que sepan que en este diario siempre ejercí de manera libre, crítica y abierta mi derecho a expresarme, como corresponde a una sociedad democrática.

Mil gracias a todos mis lectores y al diario El Telégrafo, que me ayudaron a hacer del Ecuador mi hogar.

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