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El Telégrafo

Más sobre el talento

05 de noviembre de 2013

He visto, como cualquier señora promedio, la versión telenovelada de “Gabriela, clavo y canela”, del escritor brasileño Jorge Amado. La he disfrutado mucho, por lo pulcra, por lo bien ambientada, por lo fiel al texto. Nada que ver con las sagas del  narcotráfico a cuyas cuñas (porque nunca veré un capítulo completo, lo juro) ya nos hemos acostumbrado.

Y luego, cuando el entusiasmo ha amainado un poco, me ha venido un agridulce porque he recorrido con la imaginación algunas de las producciones nacionales que se anuncian en la pequeña pantalla. En la cuña publicitaria de una de ellas (treinta segundos) vemos, entre alaridos de los protagonistas, una boda fallida, la confesión de un adulterio con embarazo y un asalto. Para muestra, un botón, diría alguna abuelita.

Se trata de elevar el nivel de lo que se le ofrece a la gente. No convence
la repetida excusa de que se le da lo que pide
El agrio de ese agridulce se debe sobre todo a que tal vez sería bueno considerar, para la producción televisiva nacional, la riqueza de nuestra literatura, sobre todo en narrativa. Es cierto que se han hecho algunas películas y miniseries sobre novelas ecuatorianas, pero hace tanto tiempo que se podría afirmar que ya están “descontinuadas”, y además, ¿qué tal, por ejemplo, extender la miniserie basada en “A la Costa” a una telenovela un poco más extensa y detallada? ¿Por qué no crear y producir algo semejante con esa maravillosa historia que se llama “Las cruces sobre el agua”, de Joaquín Gallegos Lara? ¿Y una versión telenovelada de “Polvo y ceniza”? No creo que sus autores o herederos se opongan a que se difunda y se recree de esa manera la mejor narrativa ecuatoriana, y en nuestras pantallas saldríamos de ese esquema kitsch (a veces con un velado tono de porno) repleto de sucesos amarillistas que no le hace bien a nadie. Se repiten fórmulas que han parecido dar resultado en otras partes, y siempre, pero siempre, la lógica imperante es la del mercado: mostrar lo que venda más, no importa lo insulso, imperfecto o dañino que pueda resultar.

No faltarán quienes digan que, bueno, Gabriela es Gabriela (por el erotismo, por el atractivo, por la picardía de la historia), y para más fortuna, tiene un final feliz. Puede ser. Sin embargo, no se trata solamente de eso.

Se trata de elevar el nivel de lo que se le ofrece a la gente. No convence la repetida excusa de que se le da lo que pide. Recordemos esa hermosa estrofa final de una fábula de Tomás de Iriarte: “Sepa quien para el público trabaja, que tal vez a la plebe culpa en vano, pues si en dándola paja, come paja, siempre que la dan grano, come grano”.

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