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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

Más les valdría no haber nacido

30 de julio de 2014

El mundo está lleno de historias en las cuales vemos personas al servicio de la vida. El cine inmortalizó, por ejemplo, la de Oskar Schindler, el hombre que con base en una serie de artilugios semilegales se las arregló para salvar cientos de personas de origen judío en medio del horror de la Segunda Guerra Mundial. Entre esos agradecidos seres se encontraban muchos niños, algunos de los cuales viven hasta hoy y tienen presente con infinito cariño a aquella persona.

Solemos recordar también con enorme tristeza a aquella niña que falleció en un campo de concentración a los quince años, después de haber pasado tres de ellos escondida en el anexo de una casa holandesa para protegerse de la sangrienta persecución a los judíos que se estableció en Holanda por aquella misma época. Junto al testimonio de la guerra, la talentosa Anne Frank también nos dejó en su diario la impresionante crónica de esa desgarradora visión de una adolescencia vivida en medio del pánico y el espanto.

Se dice que quienes cuidan de los niños, quienes los acogen, abrigan y alimentan, quienes los rescatan del horror, del pánico, del abuso o de la miseria son personas que, tal vez sin saberlo, se han puesto al servicio de la vida, y que la grandeza de su corazón merece la más grande recompensa imaginable, sea en esta vida o en las otras que las creencias han imaginado para los seres buenos y puros que habitan este planeta.

Por eso mismo, cabría preguntarse, ¿qué castigo merecen aquellos que ceban su odio en los seres más indefensos y frágiles de nuestra especie? ¿Qué cabe decir, por ejemplo, de quienes por ‘protegerlos’ o ‘educarlos’ crean centros en los cuales los niños huérfanos o desprotegidos se ven sometidos a abusos y vejaciones sin cuento? ¿Qué cabe desear para quienes inmisericordemente bombardean una población civil también desprotegida (no importa dónde escondan sus armas los supuestos terroristas, los niños, los ancianos, las madres, las familias, los trabajadores no tienen protección) y asesinan niños pequeños a mansalva con el pretexto de eliminar una supuesta lacra o de que son un ‘pueblo elegido’?

Aparte de la muerte, las heridas y el dolor, son esos actos de agresión los que siembran y reciclan en el corazón de los que quedan, entre el pánico y la angustia, un odio más allá de toda comprensión. Ya lo dice Jesús en uno de los evangelios: “… pero ay del que escandalice (léase: abuse, asesine, dañe el corazón y el alma) a uno de estos pequeños. Más le valdría no haber nacido”.

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