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El Telégrafo

Malkovich, o nuestra decadencia cultural

31 de agosto de 2012

Llegó John Malkovich con su ópera teatral “Las variaciones de Giacomo”. En la rueda de prensa que se dio en el Teatro Sánchez Aguilar, el director musical, Martin Haselböck, recordó que una de los objetivos de la fundación Sánchez Aguilar es la educación.

Propuso, a partir de esto, a “Las variaciones de Giacomo” como una introducción a la ópera. “Una mezcla entre el teatro del más alto nivel y óperas que pueden ser poco conocidas en esta ciudad”. Condescendencia dolorosamente acertada y que, además, se justifica bajo el manto de preguntas que se vio obligado a responder Malkovich.

Ahora, John Malkovich es un renacentista posmoderno. “Honra ese ‘estereotipo virtuoso de buen sagitariano’, conmovido por la vida sensible y la cultura”, como lo describiría Fabián Darío Mosquera en su excepcionalmente preparado diálogo con Malkovich.

Un actor que ha atravesado transversalmente las artes escénicas y lo ha hecho con maestría. Un artista que domina al personaje (o que se deja dominar por el personaje) de una manera tan profunda como conmovedora. Durante la rueda de prensa, Malkovich reflexionó acerca de la jerarquización de los elementos constitutivos de la obra, la creación e interpretación del personaje de Casanova y la estética que se desarrolló en su teatro, el Steppenwolf Theatre de Chicago.

Hasta ahí bien. Permitieron que el entrevistado, en este caso, pueda desarrollar las ideas en torno a la obra, su personaje, el montaje, etc. Retaron a los directores a elaborar sobre la construcción de la ópera y los instrumentos que se utilizaron para la creación de un espectáculo tan complejo como novel. Es decir, les obligaron a pensar, que es lo que más les gusta hacer.

Pero luego, vinieron las otras preguntas. Aquellas que explican la condescendencia de Haselböck y nuestra decadencia cultural. Explica por qué las secciones culturales de aquellos medios que priorizan la rentabilidad editorial sean disminuidas a fugaces referencias informativas de cuarto de página, complementadas por lo vulgar, lo que nos mantiene “confortably numb”, el giro irónico del pinkfloydianismo. Espacios en los que se prioriza la mediocridad intelectual, la mundicia (pero la mala) y expresa la visión que tienen los productores de farándula con respecto a su público: autómatas alimentados por la banalidad y la estupidez.

A partir de esto se entiende la crítica de Malkovich al cine: “Las imágenes han perdido su significado por su incesante, despiadada repetición”. Lo mismo con nuestros “espacios culturales”: la misma sátira limitada de siempre. A lo mejor el temor de Huxley a volvernos una cultura trivial sobrepasó la distopía orwelliana.  

La pregunta de “Residente” sigue pendiente: “¿Qué pasó con las preguntas inteligentes?”.

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