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El Telégrafo
Ximena Ortiz Crespo

Mal de amores

08 de febrero de 2020

Cuando te enamoras y no encuentras respuesta en el objeto de tus sueños románticos, te pasas sin dormir, sin comer, cavilando despierta. Ese es un malestar que padecemos las mujeres al que hay que buscarle significado y salida.

¿Que no encuentras tu media naranja? Es que eres muy exigente. Es que no te arreglas lo suficiente. Es que deberías tomar clases de cocina. Es que deberías ser más sumisa. Es que deberías frecuentar más bares o discotecas. Es que no has aprendido a ser más melosa.

Y cuando estás down porque él no te llama, mejor te dedicas a leer lo que las estudiosas analizan sobre el amor romántico. La mujer, desde el principio, necesitó apegarse a un varón buscando que él la protegiera de un mundo hostil, mientras ella criaba a los niños. Y mientras las tribus, clanes, pueblos y Estados se desarrollaban –para asegurarse de que la mujer se mantuviera en su sitio–, la sociedad desarrolló mecanismos coercitivos para que la fémina se tragara el cuento de que tener pareja estable era indispensable para estar protegida y mantenida; para lograrlo, ella debía ser buena, atenta a las necesidades de él, servicial, complaciente. Así conseguiría retenerlo y, por lo tanto, ser feliz.

Pero con los vertiginosos cambios en los roles masculino y femenino hay miles de formas de relacionarse. Sin embargo, persiste el arquetipo en la mente de las mujeres de que encontrar un hombre y retenerlo las completa. Los cuentos de princesas, las novelas y la cultura amorosa en la que crecemos nos dicen que debemos encontrar un hombre fuerte, cuidarlo, entenderlo, saciar sus necesidades, encantarlo.

Por eso, es extraordinario oír a las jóvenes posmodernas cuestionar el amor romántico y diseccionarlo hasta dejarlo en esqueleto: el amor romántico es, para ellas, simplemente un sueño del que debemos despertarnos antes de que se convierta en una herramienta de opresión. No será el príncipe con su beso el que nos devuelva la cordura, sino la habilidad que tengamos de construir nuestro mundo íntimo sin ponerlos a ellos en el centro de nuestras necesidades. Es muy probable que así logremos curarnos de vivir en fantasías buscando al guardián protector mientras le entregamos nuestro bienestar y seguridad. (O)

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