Me impacta cuando alguien no entiende el concepto de femicidio o cuando expresamente niega (o cuestiona) los crímenes de género.
Lo primero es el resultado de una mentalidad aletargada en lo cotidiano. Lo segundo es la expresión machista que solapa a la violencia.
El presidente Moreno dijo ante la Asamblea equivocadamente el viernes que los femicidios habían bajado a la mitad. Para mí el problema no es ese. A pesar de notarlo honestamente comprometido, lo doloroso fue escucharlo decir que “en el momento en que (la mujer) decide ya no estar, con el dolor del alma, hay que darle la libertad para que se vaya”.
Los hombres no concedemos la libertad a las mujeres y hay que ver bien si los que se tienen que ir son ellos y no ellas.
La violencia de género debe ser una causa nacional y debería ser comunicada de manera urgente, efectiva y transversal. Los contenidos educativos en las escuelas deberían fomentar la igualdad sin complejos. Los casos deberían ser judicializados sin excepción.
Según la Asociación Latinoamericana para el Desarrollo Alternativo, 9 de cada 10 asesinatos son perpetrados por parejas o exparejas. Pero solo 1 de cada 4 había denunciado incidentes previos de violencia. El temor coincide con la falta de confianza en el sistema.
El Código Integral Penal establece penas de hasta 22 años por el delito de femicidio. Pero la violencia física casi siempre se expresa previamente de manera verbal y con acoso, y el COIP solo considera hasta un año de prisión a los hostigadores e insultadores.
Creería que las cifras del femicidio podrían ser incluso más altas que las 35 reportadas por el ALDA entre el 1 de enero y el 5 de mayo. Me pregunto por ejemplo si todos los femicidios se catalogan como tal.
Tampoco se puede contabilizar cuántos casos de suicidio femenino están vinculados con hechos de violencia, acoso o abuso sexual. La Unicef ya advirtió que el suicidio es la primera causa de muerte violenta entre los adolescentes ecuatorianos.
Mientras tanto, en redes sociales habita el bullying y se banalizan los videos de asesinatos de género. Vivir ajenos y miopes ante una tragedia que nos persigue nos convierte en cómplices. Casi todos seguimos calculando mal. (O)