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El Telégrafo

Los territorios y el poder

13 de enero de 2014

En las últimas décadas en  Ecuador como en América Latina hemos asistido a cambios radicales de los modos de la política y de la forma de hacer el poder. Pasamos largas disputas contra el neoliberalismo que quería un Estado mínimo y un libre mercado que lo gobernara todo. La política quedaba cerrada a lo social y solo podía tomar forma en el viejo institucionalismo de los partidos de derecha, centro o izquierda que se convirtieron en una sola estructura de dominación con un falso discurso de la democracia representativa.

Por otro lado, la izquierda se reducía a una sola con varias tendencias marcadas más por la radicalidad de las palabras y por la vía final para desaparecer el Estado. Tendencia  que se consolidó como una narrativa que no tenía claro ni cómo ni cuándo ocurriría esto. Pero hubo un tercer momento que fue el de los movimientos sociales que emergían en el colapso de la izquierda ortodoxa partidista. Estos movimientos emergen a lo público -estaban presentes de muchas formas-, exigiendo no solo pensar el poder y la dominación, sino también reclamando hacer política y hacer poder desde lo territorial, es decir, exigían una presencia desde lo local hacia lo nacional y con nuevos modos de hablar ideológico donde la identidad, lo étnico, era su centro ético.

Del resultado de las contradicciones y limitaciones de esos tiempos surge un nuevo tiempo con la Constitución de Montecristi: un reordenamiento del territorio para una nueva política y poder. Una conjunción de la identidad, lo étnico, el poder, la política, etc., centrada en que tomar el poder del Estado es un momento en la recuperación de la política para la sociedad. Desde ahí se han generado fuertes tensiones sociales, pero no hay duda de que esto ha permitido una politización de la sociedad, una polarización que es positiva porque exige de los ciudadanos un posicionamiento sustentado en debates, desacuerdos, que sostienen el propio sentido de la política.

Pero aún más: los territorios, el ejercicio del poder en cada zona del país son los escenarios de la continuación de la lucha por el poder. Esta ya no es un credo  bicentralista en Quito o Guayaquil en sus zonas metropolitanas, sino que la política pasa ahora por las consistencias o disonancias en cada rincón de la nación, de tal manera que es una oportunidad de desmontar la vieja ciudadanía asimétrica, hueca, vacía del neoliberalismo. Los territorios permiten que la visión de lo nacional, no el chauvinismo, sea una pieza clave para la transformación de la matriz productiva y un paso más en la construcción del Socialismo del Buen Vivir.

Se entiende que otros quieran un socialismo inmediato con consignas de los años setenta, pero la sociedad no lo acepta. Nuevos tiempos, nuevos modos y formas de la política, aunque la base sea la misma: la lucha contra el capitalismo y la dignificación de lo humano en la naturaleza. Por eso es necesario consolidar las transformaciones en los territorios por el bien nacional.

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