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El Telégrafo
Nancy Bravo de Ramsey

Los pobres jubilados

09 de diciembre de 2014

Un curioso criterio ronda el mundo occidental, lesionando a los que menos tienen y que, además, precisan de la debida protección. Y luego de un breve análisis de esta tediosa situación, tal condición se nos ocurre por demás injusta y despiadada. Todo lo anterior es consecuencia de la terrible crisis económica que en estos días azota al orbe y en especial a las naciones de la Unión Europea y Estados Unidos. Y sobre ese indolente criterio, se dan a conocer las nuevas disposiciones legales, que desconocen los derechos ya adquiridos de uno de los sectores más vulnerables, más sensibles de la población, el grupo de los mayores de edad, el de los ancianos, aquel conformado por hombres y mujeres que hasta ayer fueron esforzados trabajadores en cada día de su existencia y que, de tal manera, contribuyeron sin descanso al desarrollo, a la evolución de su comunidad nacional y al progreso de sus pueblos. Diariamente, en España o en Grecia, los pobres jubilados son los más castigados de la comunidad. Poco a poco, sus desorientados gobernantes van restando sus ingresos y aun su disfrute de atención médica, así como la entrega de las medicinas fundamentales para la  atención a sus graves dolencias,  fármacos que ahora deben comprar con el escaso saldo que reciben de su recortada pensión jubilar. Y ni qué pensar en ponerse empeñosos para buscar un trabajo. ¡Nada de programar tamaña aspiración! Porque es tiempo de marginación a los más viejos. Para ellos no existen  posibilidades de plaza alguna de empleo.
 

Ahora entremos a nuestra propia realidad, dentro de nuestro Ecuador querido, a fin de conocer algo más del sector de la tercera edad. En el país existen 2 millones de afiliados al Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS), de acuerdo a datos provenientes del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC). Dentro de esos 2 millones de afiliados al IESS están comprendidos 300.000 jubilados y pensionistas, así como un millón de beneficiarios del Seguro Social Campesino, que se rigen mediante un sistema diferente. ¿Pero qué pasa con esos 300.000 jubilados y pensionistas del IESS? Un alto porcentaje de ellos padece de enfermedades catastróficas y crónicas, que revisten un considerable grado de gravedad y, por lo tanto, precisan de tratamientos médicos permanentes y de medicinas de especialidad. En estos casos, se hace imprescindible la asistencia de una empleada doméstica, que se encargue de las tareas del hogar, pues la dueña de casa y, además su cónyuge,  con su salud quebrantada, ya no está en condiciones de asumir responsabilidades de esta índole. Es posible deducir entonces que buena parte de los jubilados del Ecuador se encuentra enfermo y, por lo tanto, debe invertir parte de su pensión jubilar en medicinas y tratamientos colaterales a los del IESS. Pero en el mejor de los casos, y para poner el toque de felicidad en su existencia, tienen a sus hijos, nietos, nueras y yernos, cuando ellos son personas sensibles y preocupadas por los viejos. No obstante, los jubilados deben pagar mensualmente el sueldo de la empleada. El alivio económico y espiritual les llega con el decimotercer sueldo, que para ellos les significa poder cancelar ese sobresueldo de la empleada y comprar regalos para sus hijos, nietos e hijos políticos, que sin duda contribuyen a vivir con algo de alegría y felicidad las fiestas de fin de año. ¿Prorratear el decimotercer sueldo mensualmente? No, por favor. No habría modo de ahorrar para enfrentar los gastos navideños, porque -siempre- el estado de salud de buen número de jubilados exige un presupuesto cada vez más crecido en medicinas y atención médica colateral a la del IESS. Y así mismo pasa con el decimocuarto sueldo. Si a los jubilados se les llegara a quitar ese beneficio, ¿cómo les pagarían a la asistente doméstica? Por suerte, tenemos un  Presidente de excepción, sensible a la realidad social, un primer magistrado modelo, a quien se lo admira en el consenso internacional por su ejemplar forma  de gobernar, que ha roto obsoletos esquemas para atender las necesidades auténticas de nuestro pueblo. Rafael Correa no se contagiará con aquel virus de maltrato a los pobres jubilados, quienes durante décadas entregaron su esfuerzo para el bienestar de los ecuatorianos. ¡Jamás él se contagiará!

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