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El Telégrafo

Los periodistas no somos el ombligo del mundo, pero...

05 de mayo de 2013

La directora general de la Unesco, Irina Bokova, estuvo en San José, capital de Costa Rica, estos últimos días. Hizo varias declaraciones y concedió algunas entrevistas para abordar el tema de las libertades de prensa y de expresión.

Casi siempre dijo lo mismo y en esencia demanda todo el tiempo algo que por acá no se considera y que debe ser la mayor preocupación de los periodistas: la población ha de recibir información libre y de calidad. Y cuando pronuncia el sustantivo calidad lo hace con un tono de académica, maestra o pedagoga, muy bien informada.

Ella es de origen búlgaro. Fue militante comunista y diplomática de su país. Ha tenido un recorrido político más bien alejado de los medios de comunicación y en muchos casos crítica de estos. Hace poco, el 30 de abril, por el Día Mundial del Jazz, dijo que este “forma parte hoy día de la urdimbre de cada sociedad, se toca en todo el mundo y se disfruta por doquier. Esta diversidad hace del jazz una poderosa fuerza de diálogo y entendimiento”.

No ha tenido ningún inconveniente de hablar, por ejemplo, con Raúl Castro, presidente de Cuba. Los reportes de prensa de ese encuentro, ocurrido en noviembre pasado, señalan lo provechoso del encuentro y de todos los planes de la Unesco con la isla caribeña. En otras palabras, desde esa entidad de las Naciones Unidas es posible sentir y entender el profundo sentido de la colaboración y el intercambio de ideas, cuando de por medio hay un interés cultural, en el mayor y mejor sentido de la palabra.

Y la misma Bokova ha dicho, a propósito del Día de la Libertad de Prensa, algo que nos debe llevar a pensar sobre qué  hacemos los periodistas en democracia: “Los trabajadores de los medios de comunicación deben esforzarse por mantener y ganar –y en algunos casos, por recuperar– la confianza de la sociedad civil, manteniendo su independencia editorial y ofreciendo información de servicio público, la población ha de ser firme en la exigencia de una información libre y de calidad”. Y esto nos debe cuestionar por qué nos consideramos el pupo u ombligo del mundo.

Ella está preocupada por la seguridad de los periodistas y ha hecho énfasis en aquello que ocurre con mucha gravedad en países como México. Siendo un crítico problema también hay que imaginar toda la contribución que hacemos los periodistas para vivir en un ambiente de paz, denunciando los sistemas de opresión, que no necesariamente deben entenderse como sinónimo de gobiernos. Los sistemas de opresión y las condiciones de violencia no se dan exclusivamente por medidas gubernamentales.

México podrá tener todas las fallas desde el nivel político, pero la estructura de violencia está en otra parte. Hay un sistema estructural que se explica por un negocio, un fenómeno que no se encierra en las fronteras de ese país.

Los periodistas muertos no son aquellos “figuretis” todólogos que salen a hablar mal del país. Son reporteros rasos. Su trabajo profesional, el que coloca los datos de la realidad en los medios para que la sociedad se informe adecuadamente, es la causa de fondo.

Y en otros países ocurren muertes de periodistas porque hay conflictos armados, la mayoría de ellos “estimulada” por el comercio de armas, que se mueve de una nación a otra cuando el negocio decae y se camufla como la solución final para resolver diferencias religiosas, económicas y políticas.

Ninguno de esos caídos ha colocado por delante de su trabajo el pedestal de la libertad de prensa ni ha vociferado en las redes sociales desde un cómodo sillón de una redacción como sí ocurre por acá con muchos “mártires”.

Este oficio necesita protección, pero ella vendrá de una sociedad justa y equitativa, con paz y condiciones sociales de armonía. Solo con condiciones reales de bienestar y de equidad se puede generar también un periodismo mucho más eficiente, responsable y de calidad, como demanda Bokova.  

No se trata de levantar banderas de sangre y opresión en un país donde en las calles se observa a esos periodistas “martirizados” pasear con absoluta tranquilidad y disfrutando de las carreteras para ir a descansar en las hermosas playas de nuestra nación. Son esos periodistas autovictimizados a los que ahora les duele que el sueldo básico de un reportero con título sea de 817 dólares. Y los mismos que ahora se abrazan con el embajador de EE.UU.

¿No es un estímulo a la violencia y a la inequidad que un editor jefe en un medio privado gane diez veces más que un reportero raso? ¿La entrega de vehículos del año para los jefes en un periódico capitalino no crea un ambiente de desigualdad y de perversa competencia interna?

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