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El Telégrafo
Jorge Núñez Sánchez - Historiador y Escritor

Los muros de la infamia

20 de noviembre de 2014

Al cumplirse un cuarto de siglo de la caída del Muro de Berlín, se ha levantado una ola mediática universal para recordarnos las barbaridades cometidas alrededor de ese muro, producto de la Guerra Fría. Es bueno que el mundo recuerde esa horrorosa construcción y celebre su caída. Pero es malo que los gestores de ese montaje mediático no digan ni pío sobre los otros muros de la infamia que hoy existen y retan a la libertad humana.

Hay que recordarle a este mundo desmemoriado la sombría y cruel presencia de algunos de esos muros hechos para separar a los seres humanos, donde hoy mismo son heridos y abaleados todos los días los réprobos que intentan cruzarlos, para acceder al mundo de los elegidos.

El mayor y más bárbaro de ellos es el construido por Estados Unidos en su frontera con México, para impedir que mexicanos (antiguos dueños de ese territorio) y latinoamericanos puedan ingresar sin permiso a su territorio. Tiene casi 5 metros de alto y 563 kilómetros de longitud, está hecho de acero y concreto y tiene tres barreras de contención, alta iluminación y sensores electrónicos. Lo protegen carros blindados y helicópteros artillados. Se calcula que han muerto 463 personas tratando de cruzar esa frontera, solo el año pasado, según datos oficiales de la Patrulla Fronteriza.

Menor de tamaño, pero no menos infame, es el muro levantado por Israel en Cisjordania y la Franja de Gaza, para impedir que los palestinos (dueños originales) puedan cruzar libremente de uno a otro lado, a visitar familiares o trabajar, y para consagrar la posesión de territorios palestinos ocupados por la fuerza. Tiene  6 metros de alto y 723 kilómetros de largo, está hecho de hormigón y tiene alambradas de púas, zanjas, torres de vigilancia y vías para el paso de tanques de guerra. Esta construcción ha sido condenada por la ONU y la Corte de La Haya.

Los muros más pequeños son los de Ceuta (8 km) y Melilla (12 km), enclaves coloniales españoles en el norte de África, ubicados junto al mar y rodeados de territorio marroquí. Buscan impedir que los africanos pobres puedan acceder a territorio europeo. Tienen dos vallas de 6 metros de alto y un espacio intermedio de redes y obstáculos. Son 20 km de alambre, cuchillas y mallas, tras las cuales hay torres de vigilancia y hombres armados. Miles de personas han sufrido heridas tratando de cruzarlas y otras han muerto abaleadas por los vigilantes.

Cada uno de esos sangrientos y crueles muros pretende consagrar despojos históricos y afirmar fronteras impuestas por la fuerza. Cada uno de ellos busca impedir que los seres humanos circulen libremente por la tierra, como las aves surcan por el espacio. Cada uno busca mostrarse como un monumento al poderío, cuando no es más que un monumento al miedo.

Como muestra la historia, son barreras tan inútiles como brutales. Lo prueba con sombría elocuencia la Muralla China, que en su hora tuvo los mismos fines y cayó vencida por los pueblos exteriores a los que se pretendía detener.

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