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El Telégrafo

Los ‘linchados’ linchadores

23 de enero de 2014

Muy difícil compararse con Julian Assange y menos aún con su organización WikiLeaks, pero sobre todo muy complicado confundir a la ligera espionaje con revelación. Y para cargar más las tintas, según dice Slavoj Zizek en la revista Patria: “La creencia de que contar toda la verdad secreta de lo que pasó a puertas cerradas, todos los detalles personales sucios, etc., nos puede liberar es errónea. La verdad libera, sí, pero no ESTA VERDAD”.

Y esa verdad no es necesariamente la supuesta divulgación de documentos o ‘evidencias’ de algún acto concreto o escandaloso de corrupción. Si fuese así no habría más que exhibirlo por todas partes y con ello provocar una verdadera revelación para que la mal llamada opinión pública juzgue (sin descontar que si se reúnen todos los elementos de un delito sean las instancias judiciales las encargadas de resolver a favor de la sociedad el caso).

Cuando Zizek habla del tema, en realidad apunta a un hecho contundente: con lo que hizo Assange amenaza “el modo formal de funcionamiento del poder”. Y añade: “Las exposiciones de WikiLeaks conllevan un llamado a movilizarse en una larga lucha para lograr un funcionamiento diferente del poder que va más allá de los límites de la democracia representativa”.

La esencia de todo esto es una disputa política ideológica que busca deslegitimar a un poder con mucha popularidad y reconocimiento político.Entonces, con gran despliegue hemos visto estos días confundir conceptos con proclamas, mártires con víctimas y, por qué no, linchadores con linchados y viceversa. ¿Por qué en el debate público no se instalan esas diferencias y, de modo perverso, se generan las mayores y desproporcionadas confusiones sobre asuntos muy polémicos, pero cargados de una banal y abyecta desinformación?

En una semana y media he leído y visto todo tipo de entrevistas, editoriales, comentarios, mensajes de Twitter y de Facebook, de toda clase de opositores y supuestas víctimas del Gobierno actual. Salvo por dos o tres de un alto espíritu profesional a la hora de abordar un tema complejo, el resto es de un judeocristianismo que ni el papa Francisco asume ahora como reivindicación religiosa. Todo ello para agrandar la imagen de víctimas y someter al escarnio público a los supuestos linchadores (entre ellos este diario y sus periodistas).

Siguiendo el pensamiento de Zizek, la esencia de todo esto es una disputa política ideológica que busca deslegitimar a un poder con mucha popularidad y reconocimiento político. Quienes instigan con supuestas denuncias de corrupción no lo hacen por velar la plata pública (de la que también usufructuaron en su momento de modos no muy legítimos o legales), sino por menoscabar esa popularidad y ese reconocimiento. Por eso no establecen ni tienen una estrategia de lucha o de conquista del poder, sino unas acciones de escándalo y bulla, donde incluyen ofensas y hasta mentiras sin inmunidad ni dignidad. Y es más: algunas de esas acciones se hacen desde la plataforma operativa y conceptual del periodismo, pensando que ese territorio goza de la credibilidad que las organizaciones políticas ya no tienen.

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