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El Telégrafo
Aníbal Fernando Bonilla

Los interiores del ser en la casa universal

09 de junio de 2015

El arte tiene incontables maneras de expresión. Desde que el hombre expandió su creación en configuraciones rupestres hasta las actuales formas de asumir la sensibilidad con las innovadoras tecnologías de la información, las sociedades se han visto nutridas de la ética y estética artística.

Con ese afán de comunicar los demiurgos noctámbulos, Nelson Villacís se acerca al misterio pictórico en una especie de confrontación con los andariveles que se superponen en la rutinaria vivencia de los hombres, para lo cual se adentra en los mantras, símbolos y códigos que superan la mirada cotidiana de los días perdidos en el tedio que aturde al gentío. En la propuesta de este poeta-pintor que será revelado en el presente mes, en la exposición denominada Casa Adentro, en su natal Ibarra -en las instalaciones del Núcleo de Imbabura de la Casa de la Cultura Ecuatoriana-, sobresalen rostros femeninos que seducen a la sensualidad y al brillo lunar, autorretratos que confirman la búsqueda de verdades marchitas, mariposas multicolores, destellos de sabiduría milenaria, imágenes recreadas a partir de la cibernética. Villacís -amante del body art y de la ensoñación que sobreviene tras la piel untada de bendiciones-, a más del lienzo, asume otras herramientas contemporáneas -virtuales- con la finalidad de revelar el ansia del milagro creativo. Ahora, le apuesta por las huellas digitales que le abren renovadas puertas en esta casona en donde todas y todos convivimos en pleno siglo XXI.     

Villacís -permanente activista cultural-, por otra parte, en su afán de siembra poética engendra un nuevo trabajo denominado Guardapolvos, con el auspicio de la entidad mencionada en líneas atrás, cuyo corpus literario guarda una intrínseca relación con su memoria interior desde un manifiesto tono autobiográfico, en donde la inocencia infantil se entrecruza con el amor, la sensación de la lluvia, la añoranza de los años iniciales, la recreación lúdica, en sí, con la vida como un ‘trabalenguas’ frecuente, que puede ligarse al grito rebelde de la antipoesía.

Existe una cavilación teológica, desde la ‘honestidad de un verso’, con una propuesta irreverente que desmitifica los cánones estéticos que tradicionalmente están expuestos en el discurso lírico precedido del barroco. En la obra de Villacís -en este caso escrita- hay una limpieza gramatical y una poda de ramaje intrascendente. Se percibe que el autor busca la esencia de la idea que gira en la metáfora, con un alto grado de ironía social en condición de testigo de su tiempo. Como él mismo lo dice: “El poeta está loco, pero no está ciego”.

Este poemario está estructurado en dos secciones: ‘Memorias sueltas’ y ‘Guardapolvos’. En ambas partes se conjugan la coherencia rítmica, fuerza verbal que emerge como llanto y profecía, descarnado lenguaje con tono de denuncia, manejo irreverente del mensaje, interrelación con lo real-ficcional que facilita la mirada cómplice del lector(a).

En resumen, Guardapolvos refleja los diferentes estados de la evolución personal, para lo cual se asume una válida manera de interpretación poética. (O)

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