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El Telégrafo

Los hijos de la violencia

25 de septiembre de 2012

Según cifras reveladas este año por el INEC y la Comisión de Transición para la Igualdad de Género, el 61% de las mujeres en el Ecuador ha vivido algún tipo de violencia, de ellas, un 76% reconoce como agresores a sus parejas o ex parejas, lo que se convierte en una realidad silenciosa agravada con la convivencia. Con este fenómeno las paredes del hogar son una prisión de agresiones y tortura que dejan huellas imborrables en el cuerpo y mente de quienes las padecen.

De acuerdo a las cifras de la última encuesta nacional, la violencia al interior de la familia afecta a los hogares ecuatorianos, principalmente a aquellos que residen en la zona urbana. El Gobierno Nacional y gobiernos locales, como el Distrito Metropolitano de Quito, han orientado sus esfuerzos en frenar de forma integral la violencia intrafamiliar y de género, estableciendo una estructura institucional y legal acorde; la misma dedicación sobre esta temática se observa en las organizaciones sociales y redes de mujeres con trayectoria de lucha, entendiendo que erradicarla es una tarea mayor ligada a derribar la influencia de patrones sociales y culturales machistas y el manejo violento del poder en las relaciones humanas.

A la par de las mujeres, también son víctimas las niñas, niños y adolescentes que hacen parte de la familia, quienes aprenden a “sobrevivir” entre la sumisión y la agresión; son maltratados de forma física, psicológica y en ocasiones incluso sexual, por lo que su atención debe ser oportuna. De ellos, mientras unos crecen aceptando la agresión doméstica como natural, otros encuentran en el olvido un escudo para el dolor.

Quizá hasta hoy, y luego de revisar las cifras del INEC, es que nuestra sociedad reconoce la necesidad de mayores esfuerzos desde los distintos niveles de gobierno y sectores sociales para evitar la réplica de los círculos de violencia; también nos obliga a revisar las conductas al interior de la familia para impedir que nuestros hijos e hijas, los ciudadanos del mañana, sean los “hijos de la violencia” y, por el contrario, se conviertan en una generación con valores de solidaridad, respeto y tolerancia. 

Para cambiar esta realidad se debe romper la camisa de fuerza con herramientas básicas para dejar la dependencia emocional y económica; es importante conocer con claridad las instancias de denuncia y atención gratuita; es vital una normativa que sancione y rehabilite al victimario, pero es indispensable reconocernos como iguales en medio de nuestras diferencias.

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