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El Telégrafo
Samuele Mazzolini

Los dolores de cabeza para UK posreferéndum

23 de septiembre de 2014

Ahora que la fragmentación del Reino ha sido conjurada, los laboristas pueden mirar con mayor confianza a las elecciones generales de 2015, sabiendo que podrán contar con el tradicional aporte de parlamentarios elegidos en Escocia, y David Cameron puede considerar por ahora salvada su carrera política. ¿Está justificado tanto optimismo? Sea lo que fuere, después de los apretones de manos, las fotos y las promesas conjuntas arrancadas por el susto de quedarse sin los escoceses, la concordia entre los líderes de los tres mayores partidos del país se ha desvanecido de inmediato, poniendo en duda la misma posibilidad  de que se concreten los ofrecimientos de devolución para Escocia.

Cerrado el capítulo de la independencia, la vida política en el Reino Unido evidencia de hecho fuertes dificultades en volver al ‘business as usual’. La razón puntual del choque pos-referéndum radica en la intención de los conservadores de querer incluir en el paquete de reformas un cambio sustancial en el funcionamiento del Parlamento de Westminster. La idea de fondo es: si concedemos mayores poderes a las diferentes naciones que componen el Reino, ¿por qué no también a los ingleses? Según la propuesta, la modificación de la arquitectura institucional prevería la exclusión del voto para los parlamentarios no ingleses en los asuntos que atañen exclusivamente a Inglaterra.

El razonamiento de fondo suena correcto, pero es dictado por dos razones de craso oportunismo político: la primera es que responde a la presión que los conservadores sienten por parte de los nacionalistas ingleses y antieuropeístas de Farage: de tal manera, el proceso sería guiado por motivaciones reaccionarias que se podrían reflejar en el diseño final de la reforma; la segunda es que la creación de dos categorías de parlamentarios menoscabaría la legitimidad de un eventual gobierno laborista que corre el riesgo de perder en muchas de las votaciones parlamentarias.

La consecuencia podría ser que en los pocos meses que faltan a las elecciones ninguna reforma vea la luz, traicionando así las expectativas de cambios generadas en Escocia, incluso ante la victoria del ‘No’ y deslegitimando ulteriormente a la élite política de Westminster. La desconfianza hacia el ‘establishment’, sin embargo, no es propia solamente de Escocia, sino de todo el Reino: el agotamiento del consenso alrededor de la tradicional clase política parece cada vez más evidente ante los mismos ojos de sus protagonistas.

En un vívido editorial aparecido ayer en The Guardian, Paul Mason describe con un desconcertante lujo de detalles los jóvenes por el ‘Sí’ de Glasgow. Una confusa mezcla de símbolos viejos y nuevos, procedentes de la música, del fútbol y del imaginario nacionalista se fusionan en un híbrido que aún no tiene representación.

Un descontento generacional expresado aún en formas prepolíticas. Hasta que no surja algún sujeto capaz de juntarlo y darle forma, laboristas y conservadores podrán dormir sueños relativamente tranquilos. El momento en que eso ocurra, el sistema político británico correrá los mismos riesgos a los cuales el referéndum escocés lo expuso hace pocos días.

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