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El Telégrafo

Los culpables

26 de julio de 2013

El 26 de fabrero de 2012, George Zimmerman disparó a Trayvon Martin cuando este salía de una tienda. Martin llevaba puesta una capucha, mientras llovía, en una noche donde Zimmerman, parte de la vigilancia comunitaria, pensó que esto era sospechoso. Lo siguió en su carro. Se bajó y llegaron los indescifrables y las contradicciones de toda escena de un crimen. Martin terminó boca abajo sobre el césped, con un disparo en el pecho. Muerto. Trayvon Martin era negro.

Más allá del complejo sistema del Common Law, las bases constitucionales y las intrínsecas debilidades de toda institución judicial, hay un estigma latente en una sociedad que se puede jactar de haber elegido, después de 220 años de republicanismo, a un presidente afroamericano. Un presidente que ha tendido por arrimarse a su derecha en busca de consensos, escapando de cualquier tipo de progresismo político en un país que, históricamente, ha buscado determinar la moral global.

Es nuestro desprecio histórico y cultural que nace de una élite demasiado “blanca”, que nos ha convertido en el statu quo
de la hipocresía social
Ese mismo presidente, después del veredicto que exculpó de cualquier delito a George Zimmerman alegando defensa propia, en una rueda de prensa sin mucha parafernalia, regresó a su esencia. Habló de los estigmas de la raza. Un hombre que ha tenido que vivir el racismo silencioso de quien se acuerda de poner seguro a la puerta del carro cuando pasa un negro, o que agarra su cartera más fuerte, apenas respirando, cuando entran al mismo elevador. Recordó a su país que no puede ser que el que porta el arma, mientras sea blanco, es inocente. No puede ser que haya una tendencia macabra donde, por “default”, eres más culpable según tu raza.

Son sus problemas. Pero son también nuestros problemas. Son nuestros estigmas. Es nuestro desprecio histórico y cultural que nace de una élite demasiado “blanca”, que ha permeado nuestra idiosincrasia y nos ha convertido en el statu quo de la hipocresía social. En nuestra cronografía andina, hemos desdeñado, como valor intrínseco, a la raza de los marginados. Donde todos son menos iguales. Donde todos son culpables.
Trayvon Martin tenía 17 años. Era inocente.

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