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El Telégrafo

Los criminales celibato y mutilación genital

11 de febrero de 2014

Los sabios suelen decir que la única forma de solucionar un problema es descubriendo la causa que lo origina.

Hoy que está en el Vaticano un papa como Francisco, al que se lo califica de sabio, se puede admitir que, sin mucho escarbar, se llega a la conclusión elemental para explicar por qué, a diferencia de otras religiones, en las filas del sacerdocio católico, apostólico y romano, aparezcan desviaciones sexuales, esos abominables pederastas, mantenidos ocultos durante siglos. Aquello obedece a la existencia de una absurda, antinatural y antibiológica disposición de observar obligatoriamente, so pena de perder su militancia, la norma del celibato, lo que no ocurría en la Iglesia católica primitiva y tampoco sucede con los sacerdotes de otras iglesias cristianas.

Así mismo, no se ha conocido que los pastores o los hermanos cristianos, que no están obligados al celibato, resulten envueltos en escándalos de pedofilia o pederastia.

Entre los pueblos árabes y africanos hay otra costumbre que no tiene vinculación religiosa, pero es igualmente nefasta como el celibato, y es la mutilación genital con la que se agrede a las niñas y se les causa un daño irreparable, similar en impacto destructivo de la dignidad y de su futuro, que a los niños agredidos sexualmente.

Ambas agresiones, similares por sexuales y atrofiantes a las víctimas (que son infantes), están siendo cuestionadas, denunciadas y condenadas por las Naciones Unidas como crímenes que lesionan y atentan contra los derechos humanos.

No por antiguas y supuestamente culturales, las Naciones Unidas, en representación de la civilización contemporánea y actual y en socorro de las víctimas de estas abominables conductas, puedan o deban cerrar los ojos ante esta criminalidad sistemática.

Una gran mayoría de las víctimas de la criminalidad sexual cometida por algunos -no todos- sacerdotes desviados de su misión, se abstiene de denunciarlos por lógica vergüenza social de los familiares que llegan a enterarse, porque los niños son inocentes.

Como inocentes son las niñas mutiladas que pertenecen a los pueblos mental y culturalmente atrofiados, que practican esa perversa agresión contra el género femenino.

La ONU, con la ayuda del papa Francisco y la comunidad universal, debería mantener y agudizar su denuncia
y demandar con energía para que se castigue a los malos sacerdotes y para que se empiece a tratar la eliminación de la mutilación genital a las pobres niñas victimizadas para siempre.

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