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El Telégrafo
Esteban Ávila

Lo que queda: el futuro

04 de julio de 2021

La Copa América supuso una etapa intensiva para la Selección. La pandemia, la inacción de la directiva de la FEF tras la salida de Hernán Darío Gómez y la gaffe Cruyff generaban un clima adverso al nuevo técnico, independientemente de quién hubiera llegado en agosto del año pasado.

Fue Gustavo Alfaro el encargado de lidiar con todas las limitaciones actuales. A su favor ha contado con el cheque en blanco de la mayoría de la opinión pública, que asume festivamente el papel de “apoyo” de la Selección. Alfaro conquistó a esa opinión pública con su discurso. Con dos entrenamientos, el equipo cumplió en la primera fecha doble de Eliminatorias, todo salía a la perfección.

La segunda fecha doble fue la cima: triunfo en La Paz y paseíllo en Quito contra Colombia. Todos de rodillas y con los brazos en alto, dispuestos a aceptar la unción de manos de un DT, a esa altura, indiscutible.

La maldita pandemia postergó los duelos eliminatorios de marzo, como estuvo también a punto de hacerlo con la Copa América. En medio de esta incertidumbre, triunfo sobre Bolivia en un amistoso en Quito. Se juega lo que se puede, no hay más. Mientras, el técnico mantenía el perfil alto y sus frases carnegianas listas para materializarse en bronce.

Volvió el premundial. La derrota en Brasil estuvo en los planes, podía pasar. Pero la caída con Perú, en la otrora inexpugnable Casa Blanca, fue una patada en el bajo vientre. Y todo eso pasó a puertas de la Copa América.

El equipo fue a Brasil entre las dudas de esa opinión pública que, así como se presta para la adulación sin límites, también es capaz de cuestionar hasta lo más inocuo. Nueva derrota, ahora con Colombia. “¿Qué pasa en la Selección?” es el clamor de los que glorificaron a Alfaro. ¿Qué más iba a pasar? Se perdió, en medio de un partido parejo, ante una nómina superior.

Los empates frente a Venezuela y, sobre todo, frente a Perú tuvieron sabor a nada. Se consideró que se podía ganar. Y es verdad, porque el abismo entre el primero y el segundo tiempo ante los sureños es un caso digno de estudio. Del Everest, en tobagán, nos fuimos al cañón del Colorado y eso no es normal. Impotencia es lo que mejor describe lo sucedido ante la Vinotinto. No se puede no ganarle a un equipo tan mermado por el Covid.

Todo era desolador, la fe de los más creyentes se caía. Y llegó ese empate con Brasil, el que salva la Copa América cual nota alta en examen supletorio. La Selección se reencontró con la oferta inicial.

Hoy, tras esta Copa América, queda vigente un mensaje: apuntar al próximo partido, jugarle a ese solo instante todas las fichas de la fe, la esperanza y demás virtudes es de un cortoplacismo incompatible con lo que hay que hacer, que no necesariamente es lo más popular. Ecuador demostró en Brasil que hay maneras de evolucionar sin atarse a los recursos del pasado. La meta no debe ser llegar vivos al siguiente partido, hay un futuro más allá de eso.

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