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El Telégrafo
Victoria Ginzberg

Lo mejor y lo peor

16 de junio de 2018

La media sanción de la legalización del aborto es un logro emocionante de la sociedad civil, de las mujeres movilizadas, de las chicas del pañuelo. El Senado es un desafío, pero todo está por verse: la marea verde se extiende como un tsunami. El debate en diputados, en tanto, mostró por momentos lo peor y lo mejor de los que llamamos “nuestros representantes”. Hubo un trabajo colaborativo de legisladores de distintos bloques tras un objetivo, una conquista. Fue notable la unidad y el respeto transversal.

Hubo abrazos, lágrimas, felicitaciones y buenos discursos en todas las bancadas. Se modificó el proyecto original de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito para sumar adhesiones. Eso fue lo mejor.

Luego, lo peor. Hubo que escuchar a diputados que mentían, injuriaban, ofendían y a unos cuantos con serios problemas de comprensión de textos. Muchos compartimos la sensación de perplejidad, de no saber si son o se hacen. Hubo comparaciones con marsupiales, se habló de tráfico de cerebros, de cementerios de embriones, se dio a entender que se descartarían todos los fetos con síndrome de Down.

Si se me permite la cita familiar, en 1992, mi abuela Laura Bonaparte, Madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora y feminista de la primera hora, escribió un texto que publicó la Comisión por el Derecho al Aborto: “Amigas, nuestros cuerpos no nos pertenecen. La ley cuelga de sus anaqueles nuestros úteros, nuestros genitales. Es muy doloroso transmitirles que aquí, en este querido país mío, la mujer solo recupera la parte de su cuerpo que le es robada por ley, con un acto que la lleva a internarse en el laberinto siempre riesgoso de la clandestinidad. Para las mujeres argentinas la clandestinidad reactualiza vivencias terroríficas.

Los consultorios y las clínicas se transforman, en el imaginario social, en campos de concentración clandestinos que los gobiernos militares levantaron en el transcurso de nuestra historia y en antros de las comisarías donde todavía se practica la tortura que lleva muchas veces a la muerte (…). En todos los países la clandestinidad es una aberración del sistema.

En la Argentina tiene sus connotaciones terroríficas”, decía Laura. También, que la jerarquía eclesiástica debía “callarse la boca porque no vaciló ante 30 mil ya nacidos”. Ella no llegó a ver esta unión que propiciaba entre los pañuelos blancos y los verdes. Pero estaría feliz. Y orgullosa. (O)

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