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El Telégrafo

Llanto y crujir de dientes

13 de agosto de 2013

No cesan el lloriqueo y las quejas por la aprobación de la Ley Orgánica de Comunicación. Se defiende con uñas y dientes el derecho a la libertad de expresión, supuestamente conculcado en este corpus legal.

No voy a hablar como comunicadora, pues no lo soy. No voy a hablar como académica, porque tampoco creo que la academia, de lo que sea, deba andar opinando sobre todos los temas posibles. Voy a hablar como una simple persona que observa el mundo y la actuación de los seres humanos.

Y entonces aparece el cuestionamiento de algunos funcionarios de la Academia Ecuatoriana de la Lengua al sintagma “linchamiento mediático”. Me pregunto: en toda la vida republicana, o por lo menos desde que la Academia Ecuatoriana de la Lengua existe… ¿por qué no se ha corrido a preguntarle, micrófono en mano, sobre todas las barbaridades que nos ha tocado leer y escuchar a los pocos bienhablantes (me considero una de ellos y ellas, modestia aparte) de este país? No le habría quedado un minuto libre en las apretadas agendas para los “hubieron”, para la colección de anglicismos, para los errores de concordancia a granel… por ejemplo, ¿por qué no se le preguntó sobre el patinazo gramatical de don Marcelo Dotti frente a dos periodistas de un medio extranjero? Ahí sí, calladitos se quedaron todos…

También aparecen los lacrimógenos reclamos al “odio” de María Augusta Calle al proponer esta figura en la ley. Y me vuelvo a preguntar: ¿y ante el odio incluso físico de otros personajes, qué se ha hecho? ¿qué se ha dicho?

Sinceramente, aunque creo que las personas e instituciones deben tener derecho a expresar su pensamiento, pienso también que a ese derecho, como a todo derecho humano, le corresponden algunos deberes y muchas obligaciones. Solo que con esa contraparte los derechos humanos se convierten en un fastidio para cualquiera.

Me sigo preguntando: ¿qué es lo que tanto les preocupa? Las aclaraciones de quienes defienden y han aprobado esta ley no dejan cabos sueltos. Si la gente actúa de buena fe, con honestidad y a la orden de su propia consciencia, no creo que tenga nada que temer. Pero claro, en ámbitos donde se utilizaban en una versión macro los procedimientos del chisme más barato, en donde figuras gramaticales como el condicional “por si acaso” era la semilla de la más pavorosa duda y la palabra supuesto y todos sus derivados una bala de calibre gigantesco, y en donde las órdenes no venían de la propia consciencia sino vaya una a saber de dónde, ¿qué más se puede esperar?

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