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El Telégrafo

Lista de gratitudes

02 de enero de 2013

A veces, mientras voy en el auto escuchando música, me sorprenden los acordes, no por conocidos menos maravillosos, de alguna música de Bach. Entonces, ante el asombro de mi acompañante, suelo exclamar: ¡Gracias Dios, por haber nacido después de Bach y poder escucharlo! Lo siento de veras, y es la felicidad de vivir ese simple momento lo que me provoca hacer tal ridículo privado casi siempre delante de uno de mis hijos.

Pero en estos últimos días, que se supone que iban a ser los finales del planeta, de la especie… pues se puede observar que mucha gente sigue dedicada a minar en los basureros de la conducta humana a ver qué es lo más sucio que encuentra, y no para reciclarlo ecológicamente, sino para acudir al sitio con un ventilador industrial (si eso existe) y esparcir la podredumbre lo más lejos que se pueda.

Hoy por hoy, no me interesa participar de este tipo de acciones. Más bien creo que cultivar un corazón agradecido es una de las cosas que no solamente elevan el espíritu de las personas y de los pueblos, sino que además nos puede ayudar a vivir de una mejor manera. Alguna vez, mi viejo profesor de Economía del colegio, el doctor Lautaro Pozo, sentenció que “la gratitud es flor exótica”. De acuerdo. ¿Por qué será? Bueno, quizás el vivir espulgando en las miserias ajenas traiga sus réditos. Quizás se pueda medrar más de la amargura, el resentimiento y los malos recuerdos.

Sin embargo, como dije, hoy preferiría centrar mi mirada precisamente en la exótica flor de la gratitud y pensar que, aparte de la música de Bach que eventualmente suena en el radio de mi carro para traerme tanta felicidad, existen muchas otras cosas que añadir a mi lista de gratitudes del final de este año.

Está en primer lugar, y como siempre, la vida de los que amo. Esas compañías dulces y aleccionadoras que, quizá sin merecerlo, alguien me ha regalado generosamente: los hijos, la familia de origen, los amigos y amigas entrañables, los apoyos cotidianos, estudiantes, colegas…

Tengo un trabajo que me da muchísimas más satisfacciones que sobresaltos. Vivo en un país que ya no es la tierra de nadie de hace algunos años. Y tengo un país, algo que siento ahora con más fuerza que antes. Agradezco todo el arte del que puedo disfrutar: el compás de la música, las luces del cine, los pesebres expuestos en los antiguos conventos de mi ciudad recordándonos que renacer debería ser la norma. Y estar aquí, y ahora, sabiendo que me lees, lo que también doy gracias desde el fondo de mi alma.

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