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El Telégrafo

Libertad… ¿para qué?

28 de febrero de 2013

En la última campaña electoral una de las banderas de lucha que más flameó fue la de la “libertad”, y en plural, las “libertades”.

Me pregunto: desde que subió Rafael Correa a la Presidencia de la República, todos los seres humanos que a voz en cuello y con lágrimas en los ojos o bilis en la vesícula claman por libertad ¿comen menos? ¿viajan menos? ¿rezan menos? ¿pelean menos? ¿se quejan menos? ¿insultan menos? ¿se divierten menos? ¿piensan menos? ¿fornican menos? Ahí se los ve, ejerciendo toda clase de libertades en pantalla, en artículos de opinión, en rimbombantes entrevistas en las que con toda libertad dicen de todo sin que nada ni nadie les ponga ninguna clase de freno.

Palabra engañosa, manipulable, como los nombres de las grandes utopías de la humanidad, la libertad es la calidad de ser libre, y hasta donde se entiende, ser libre es poder hacer lo que se desea, sin trabas, sin impedimentos. ¿Hasta qué punto, en cualquier sociedad  humana, es esto posible? El estremecedor relato de Alejandra Pizarnik sobre la condesa Elisabeth Bathory, famosa asesina en serie de jovencitas en cuya sangre se bañaba para conservar su lozanía, “La condesa sangrienta”, termina con una certera frase: “La libertad total del ser humano es horrible”.

Algunas personas se sienten profundamente afectadas en su libertad, por ejemplo, porque no pueden comprar licor los domingos. No ha habido peor ofensa. Me vuelvo a preguntar: ¿en qué niveles de alcoholismo está nuestra sociedad como tal? ¿Acaso, si se tiene saludables ganas o necesidad compulsiva, no se puede comprar algo de licor el viernes o sábado y consumirlo el domingo? ¿Será falta de libertad o falta de iniciativa y sentido común?

Todo conglomerado humano necesita un mínimo de regulaciones para vivir comunitariamente en paz y orden. Se quejan a grito herido de un supuesto aumento de la delincuencia y otras finas hierbas, pero no quieren ningún tipo de restricción. Las susceptibilidades invadidas no cesan de lloriquear más allá de la expresada voluntad mayoritaria de un pueblo que aspira a algo más que a poder emborracharse con toda comodidad el último día de la semana.

Hace falta vivir unos cuantos años para ir comprendiendo que sí, la libertad total del ser humano puede llegar a colindar con el horror, y que, en últimas, la libertad mayor consistirá solamente en elegir a nuestro amo, llámese convicción, ideología o ética. Y, de acuerdo con la propia conciencia, servirlo fiel y lealmente, nos cueste lo que nos cueste.

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