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El Telégrafo

Libertad de expresión

26 de marzo de 2013

Este debate no se acaba nunca. Todo el mundo lo pide a gritos. Es un derecho humano y se lo defiende a capa y espada desde todos los extremos del espectro ideológico mundial. Pero, ¿qué es exactamente? ¿En qué consiste? ¿Cómo se entiende? Recuerdo que hace un tiempo campeaba por ahí la expresión “libertad de pensamiento”, como si este concepto tuviera que defenderse, porque, bien visto, ¿quién no piensa lo que le da la gana? Que se atreva a decirlo ya es otra cosa. Y tal vez por ahí pase el concepto de ‘libertad de expresión’, que supongo que será poder decir, o expresar por medios no verbales, todo aquello que se piensa, aunque ciertas cosas expresadas no parezcan precisamente el fruto de un razonamiento lógico.

La Libertad de Expresión fue una de las banderas de lucha de casi todos aquellos candidatos que se presentaron para cargos y dignidades en las últimas elecciones, sobre todo de los opositores al gobierno reelegido. Tal parecía que vivimos en un país en donde alguien abre la boca para tomar aire y ya se le está metiendo preso, por si acaso. La libertad de expresión pasa por divulgar noticias sin comprobación clara en los periódicos y otros medios (escudándose en el uso de los verbos en condicional, o sea los terminados en –ría, para curarse en salud pero no quitarse el gusto de sembrar la cizaña), por poder utilizar adjetivos gruesos contra Rafael Correa con el sesudo razonamiento de que él también los usa (razonamiento típico de menores de diez años, en algunos casos), reírse con tonillo mordaz o pronunciar la palabra ‘comunista’ con un acento cargado de cianuro ante los micrófonos radiales, llamar ‘mediocres’ a todos los que no piensan igual que una, afirmar que los periodistas de los medios públicos no son periodistas, y por supuesto poder comprar licores los domingos para beber a gusto con toda comodidad (este último parecería ser uno de los motivos de fondo).

La libertad de expresión, en últimas, podría ser cualquier cosa: sacar el dedo, mentar a la madre, destruir bienes públicos, cizañar, abusar de las adjetivaciones innecesarias, ironizar, escupir veneno a diestro y siniestro…

Así que cuando sus hijos destrocen vasos y platos, escudándose en la indignación, o cuando le hagan la mala seña, o vayan por el barrio contando sobre usted cosas sin fundamento, alégrese porque de cualquier cosa le podrán acusar, menos de que carezca del bien supremo tal como se lo entiende en ciertos ámbitos: la Libertad de Expresión.

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