Publicidad

Ecuador, 25 de Septiembre de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo

Leonor de Aquitania (II)

25 de febrero de 2013

Y cómo no se iba a enamorar de su tío, si se trataba de un hermoso, dicharachero y elegante príncipe, el último hijo de Guillermo IX, por el que cualquier mujer se hubiera derretido, no se diga Leonor que estaba casada con quien, por influencia religiosa, creía que el sexo, incluso dentro del matrimonio, era el mayor de los pecados.

Con su tío, Leonor mantenía largas tertulias en veladas trasnochadoras y, en ocasiones, salían alegres a cabalgar y se perdían en la lejanía donde todo pudo ocurrir y, según las malas lenguas, ocurrió. Luis VII, por verse libre de los evidentes cuernos que ya lo adornaban, de buena gana hubiera repudiado a Leonor, pero el divorcio lo dejaba con poca tierra para gobernar, pues ella se habría marchado con sus extensas propiedades.

Los cuernos no por ser reales son livianos, y Luis regresó a París trayéndolos consigo, lo acompañaba de mala gana su mujer, se diría que a la fuerza. Ni siquiera el Papa de Roma logró convencerlo de que los portara dignamente porque, apenas pudo, anuló la boda sin importarle las pérdidas materiales sino su mancillado honor, por lo que Leonor quedó libre, dueña de fabulosas riquezas, para continuar sin obstáculos su incestuosa aventura con su adorado amante, lo que no pudo concretar porque al amor de su vida, un tío de Saladino le había cortado la cabeza para enviarla de regalo al califa de Bagdad. Lo único que el Papa logró fue una breve reconciliación de la pareja real, que durante el corto lapso de una noche tuvo tiempo suficiente para concebir a su segunda hija.

Leonor no se anduvo por la ramas y, sin guardar las apariencias, a menos de dos meses de la separación se casó con Enrique Plantagenet, once años menor que ella, quien poco después se convertiría en Enrique II, rey de Inglaterra, con lo que este país pasó a poseer un territorio ocho veces mayor que el de Francia.

Enrique y Leonor tuvieron ocho hijos, uno de ellos fue el afamado Juan sin Tierras y otro, el más afamado todavía, Ricardo Corazón de León. Y como Leonor no tenía la cara dura de su ex marido para aguantar cornamenta alguna, se rebeló junto con sus hijos contra la férula del rey, porque este tenía, igual que cualquier monarca que se respete, una amante de turno.

Leonor, a raíz de sus segundas nupcias, estableció su corte en Poitiers, donde dio rienda suelta a un sueño que había proyectado con su abuelo Guillermo IX en el transcurso de toda su vida: el fomento de los trovadores y, por ende, el desarrollo de la lírica y la corte de los caballeros, con torneos incluidos.

Contenido externo patrocinado