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El Telégrafo

Leonidas Proaño y la disputa al poder

03 de septiembre de 2012

El pasado viernes se cumplieron veinticuatro años de la muerte de Leonidas Proaño: el Obispo de los Indios. Y su partida siempre convoca a reflexionar el lugar social de su memoria y la historia de la lucha de los pueblos y nacionalidades.

Sin duda aún queda por investigar el rol complejo que jugó Proaño y sintetizado en él, toda una iglesia liberadora, una iglesia popular-india, comprometida con la liberación del hombre en la tierra. Proaño no se reduce a una persona y su quehacer liberador, sino que él se convirtió en un articulador político, de un proceso social lleno de contradicciones en el Ecuador desde la segunda mitad de siglo XX.

Por un lado las organizaciones socialistas y comunistas habían logrado representar las demandas sociales-populares y campesinas; sin embargo, el carácter étnico de la opresión continuaba invisibilizado. Por otro lado, la Iglesia Católica gobernada por un clero conservador, asociada con un sistema hacendatario en decadencia, buscaba la continuación de un régimen totalmente excluyente. Será a partir del Concilio Vaticano II que se abre paso una nueva comprensión del mundo social, donde se integra el conocimiento de las ciencias sociales, el carácter progresista de la justicia social y una nueva anunciación de la palabra liberadora en un “Cristo liberador”.

La naciente Teología de la Liberación reunió en su corazón lo más avanzado del pensamiento político, social y teológico, con una meta: construir el Reino de Dios, en la tierra. Un Reino de Justicia. Para lo cual las fuerzas sociales debían organizarse para movilizarse políticamente y disputar cada rincón donde el poder es opresor. Proaño sufre una transformación teológica y política, en Riobamba. Es ahí donde constata la brutalidad de la herencia colonial y su continuación racial en un Estado-Nación, nominalmente democrático que mantenía cercado el desarrollo del pueblo indígena.

Lo indígena aún era tratado como un “problema”, al cual había que buscar una solución final: mestizarlos; en bien de la Patria y la modernización. El proceso liberador de Proaño significó identificar ese “lugar teológico” anunciado por Gustavo Gutiérrez, Agustín Bravo, Leonardo Boff, etc., donde arranca la liberación de los más pobres entre los pobres. Alfabetización, concientización y política: comunidades eclesiales de base; ver, juzgar y actuar, fueron los ejes de la lucha contra el “pecado social”; pecado real y objetivo en las estructuras de la dominación capitalista.

Y luchar contra ese pecado pasaba por combatir la propias estructuras de un clero comprometido con sus propios intereses hacendatarios y contemplativos y sus socios citadinos burgueses e incluso académicos. Ser creyente era creer en la política porque esta abre los caminos de la liberación; sin ella, la contemplación teológica ahoga la palabra y mata, nuevamente al profeta y la fe: ¿Dónde están los árboles que sembraste?

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