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El Telégrafo
Fabrizio Reyes De Luca

Lenguaje decadente

27 de febrero de 2014

Vivimos en una sociedad en la que el lenguaje está tomando un fuerte componente de agresividad. Con mucha frecuencia los insultos y los ataques entre las personas y los grupos provocan profundas heridas en la convivencia social.

La teoría indica que cuando enfocamos nuestra mente en algo, y a esto le agregamos el sentimiento y la emoción para expresarlo, estamos exteriorizando y materializando un poder que afectará nuestro entorno. Las palabras son capaces de crear, sanar y también destruir.

Si cada uno de nosotros estuviésemos conscientes de que la energía liberada en cada palabra afecta no solo a quien se la dirigimos sino también a nosotros mismos y al mundo que nos rodea, empezaríamos a cuidar más lo que decimos a los demás.

El lenguaje decadente está siendo utilizado cotidianamente entre nosotros. Este lenguaje suele expresarse en tres vertientes muy peligrosas para la paz social.

La primera es la violencia verbal. Por la cual en el hablar manifestamos la ira que habita en nuestro interior. Cuando esto ocurre, de nuestra boca nacen palabras hirientes que humillan, injurian y desprecian a las personas. Cabe preguntarnos: ¿por qué está tan extendido este lenguaje lleno de insultos? Generalmente, este comportamiento tiene su origen en el rechazo, la venganza, la antipatía, la envidia o también puede derivar de la inconsciencia.

La maledicencia es otro rasgo negativo del lenguaje de mal gusto que usamos para referirnos a nuestro prójimo. Muchas de nuestras conversaciones están cargadas de palabras que reparten condenas, siembran desconfianza, irrespeto y multiplican las sospechas. Son palabras que nacen de nuestra mediocridad y que no alientan ni construyen la armonía social, sino por el contrario, crean ambientes muy negativos.

Y una tercera vertiente de nuestras manifestaciones del lenguaje negativo es la vulgaridad. ¡Cuántas expresiones groseras proferimos y escuchamos en cualquier ambiente! Desgraciadamente no está de moda el lenguaje amable y de palabras educadas, parece que impacta más la vulgaridad. Este fenómeno de convertir el lenguaje en un arma destructora puede producirse en la familia o con los amigos, en los medios de comunicación, en la política, en la iglesia, en las escuelas y colegios, en el deporte y hasta en el ambiente laboral.

Ante esto es necesario el ‘desarme de la palabra’. Las armas no son solo las pistolas, los cuchillos o las bombas. Hay muchas formas de agredir, y una de ellas es con la palabra. Este tipo de desarme es necesario que lo practiquemos todos.

El desarme ha de producirse rompiendo el individualismo y el desmesurado afán en la búsqueda de la eficacia y del éxito que arropan a nuestra sociedad.

El desarme de la palabra se concreta cuando cultivamos en nosotros la paciencia, el respeto, la discreción, la dulzura, la honradez y el sentido del deber.

En consecuencia, hagamos del lenguaje un gran vehículo de comprensión, de comunicación, de cordialidad y, fundamentalmente, de armonía y de paz sociales.

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