El conjunto insular de Malvinas -aquel que el agonizante imperio británico denomina Falkland- forma un archipiélago ubicado en el Atlántico Sur en la plataforma continental de Sudamérica. Dichas islas se encuentran circundadas por el océano epicontinental, el mismo que la patria de San Martín ha designado con el nombre de Mar Argentino.
Desde el siglo XIX su posesión y pertenencia ha estado en conflicto por la ocupación arbitraria de su jurisdicción, realizada por potencias europeas. Francia, Inglaterra y aun USA, que cañoneó Puerto Soledad, la mayor ciudad malvinense de aquellos días, con su fragata Lexington para “castigar” el control que el enviado del gobierno de Buenos Aires, Luis María Vernetel, ejercía sobre los balleneros estadounidenses.
Todos estos conflictos tuvieron su final el 3 de enero de 1833, cuando la nave de guerra inglesa HMS Clío, surta en sus aguas, logró desembarcar a cientos de militares para ocupar la tierra de Malvinas en nombre del soberano del Reino Unido izando su bandera y arriando la de Argentina. Ciento cincuenta y nueve años después, el 2 de abril de 1982, la dictadura terrorista de Galtieri invadió ese territorio austral, en un intento desesperado por perpetuarse en el poder, usufructuando el legítimo e histórico derecho del pueblo argentino, para reinvindicar y recuperar las islas Malvinas.
El lance de la junta genocida culminó en un descalabro humillante, y a pesar de la valentía y arrojo demostrados por los soldados marinos y aviadores rioplatenses que aunque carecían del armamento y los implementos adecuados para batirse en un terreno con un clima hostil, y frente a una de las potencias bélicas más grandes del mundo, vendieron cara su derrota, infringiéndole cuantiosas pérdidas al enemigo, entre ellas 33 aviones derribados, 8 barcos hundidos y la destrucción del buque insignia de su flota,el Invencible, que poco tiempo después, desmantelado, fue vendido a un país emergente.
La guerra del Atlántico Sur provocó el aniquilamiento del régimen asesino instaurado por Videla- Massera-Agosti y, en consecuencia, posibilitó el regreso de los argentinos a la democracia, pero mostró -además- la falacia del panamericanismo y de los pactos de defensa de las naciones de nuestro hemisferio con Estados Unidos, porque frente a la intromisión guerrerista de un Estado extracontinental en suelo americano, ellos se aliaron con su antigua metrópoli, el imperio inglés invasor del archipiélago austral.
Hispanoamérica, con la excepción vergonzosa del gobierno de Pinochet, apoyó al pueblo argentino; así Venezuela y Ecuador entregaron armas y pertrechos; voluntarios cubanos estuvieron dispuestos a luchar con sus hermanos para el rescate de Malvinas.
Hoy la situación sigue siendo ominosa para los latinoamericanos en relación a esas islas. Ellas constituyen una de las dieciséis circunscripciones no autónomas que deben estar bajo la supervisión del Comité de Descolonización de la ONU, cuya misión es extinguir el colonialismo en el planeta, tarea ímproba y casi inútil frente a la arrogancia de la imperial Albión, demostrada siempre y ahora en los últimos hechos noticiosos.