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El Telégrafo

Las lecciones de Mandela

12 de diciembre de 2013

Bastaría con leer las novelas y las memorias del premio Nobel de Literatura John Maxwell Coetzee, para entender el país del que salió ese enorme hombre llamado Nelson Mandela. Y todavía sería insuficiente, porque Sudáfrica es un complejo y abigarrado sistema de contradicciones y disputas aún no resueltas, aunque la fundamental (el apartheid) quede como un rezago despiadado y doloroso, pero no del todo lejano.

Si quienes ahora ven en Mandela al redentor de todas las batallas leyeran Desgracia, del nobel sudafricano, entenderían con más argumentos y menos prejuicios por qué hizo lo que hizo el líder negro en una nación como la que le tocó vivir. Esa novela, publicada en 1999, pasó desapercibida como el retrato más íntimo de una sociedad en tensión tras la liberación de Mandela, su ejercicio presidencial y el conjunto de contradicciones políticas.

Mandela hizo lo que pudo y sembró el camino que los sudafricanos todavía tienen que recorrer para construir la sociedad que se propongan.No es lo mismo hacer una ‘revolución’ en Sudáfrica que en América Latina, con toda la carga de inequidades, injusticias y violencias que cada una carga. En África hubo muchísimos más muertos (no hay cifras exactas) que los que le costó a América Latina librarse del yugo español. Y eso explica que las salidas políticas a su situación no puedan compararse ni explicarse desde los contextos donde las soluciones tomaron dos siglos, mientras en África aún viven parientes cercanos de los millones de muertos en cementerios y fosas comunes.

David y Lucy, los personajes de Desgracia, viven una situación extrema y en ella se revelan esos resortes políticos de un país sometido al más intenso antagonismo cultural, para decirlo del modo más leve, que tiene un antecedente en otra novela del mismo Coetzee: Esperando a los bárbaros.

Por lo mismo, si hay alguna lección para el mundo y para los desafíos políticos de cada nación desde el pensamiento y la acción de Mandela es, sobre todo, entender en qué circunstancias y con qué herramientas se pueden obtener resultados políticos concretos. No son los manuales liberales ni ‘comunistas’ los que dieron la pauta para vencer al peor racismo en Sudáfrica. Hubo una sintonía con el modo de ser de su nación donde no se podía acabar con la exclusión excluyendo. Pero sobre todo porque desde los dos bandos en conflicto hubo (¿todavía hay?) intereses concretos irrenunciables por heredades históricas.

Pero también hay que pensar en qué contextos y momentos se desarrolló la lucha de Mandela tras salir de la cárcel. ¿El fin de la Guerra Fría no impuso otro modo de lucha para alcanzar objetivos estratégicos plausibles? ¿No fue algo parecido a lo que ocurrió en América Latina donde desapareció la idea de la lucha armada como el único camino para la emancipación y ahora gobiernan partidos y movimientos democráticos y pacíficos por los mismos objetivos estratégicos? Mandela hizo lo que pudo y sembró el camino que los sudafricanos todavía tienen que recorrer para construir la sociedad que se propongan. Pero no será necesariamente la sociedad liberal clásica como modelo único y totalitario.

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