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El Telégrafo

Las falacias de la democracia representativa

25 de junio de 2012

De la destitución del presidente Lugo se dirá mucho. Más allá de que si fue legal o no, que sin dudas el proceso estuvo viciado de ilegalidades pero sobre todo de ilegitimidad, quedan grandes lecciones para América Latina. Nuevamente los hechos políticos nos demuestran que es una ingenuidad el pensar que el neoliberalismo abandonó la región, por el contrario, en los últimos años hemos visto peligrosos síntomas de su resurgimiento, más aún, en países que tomaron sendas diferentes a las dictadas por las grandes corporaciones financieras mundiales. Ahora, quizás, más que antes América Latina se vuelve apetitosa para el capital, el cual se encuentra estancado en otras regiones del planeta.

Ahora la región atrae ingentes cantidades de capital, que se están ofreciendo gentilmente para poder, nuevamente, incidir en los ritmos económicos, que, por supuesto, conduce a pretender expandir su campo de acción o afectación al campo político.

En medio de esta lucha social, el viejo modelo de democracia representativa neoliberal se resiste por todo lado a cambiar. La representación por sí misma no es negativa, sino que pensar o asumir que es la única forma del ejercicio de la política en un Estado moderno es un craso error; es aún pretender que un viejo sistema caduco moldee a la sociedad y ésta pasivamente se atenga a las consecuencias; es creer, de manera reduccionista, que la expresión más fiel del ejercicio democrático son los partidos políticos, desconociendo el entramado complejo de las sociedades latinoamericanas, donde la ciencia política ha quedado enclaustrada en el viejo esquema del sistema rígido del Estado liberal y de la ciudadanía pasiva.

Lo sucedido con el presidente Lugo en Paraguay demuestra la diversidad de los procesos progresistas, socialistas, socialistas liberales, radicales o populares que hay en la región. Este caso debe llevarnos a pensar los peligros de fetichizar las constituciones y las funciones del Estado, que en un momento llegan a usurpar política y simbólicamente ese denominado “pueblo”; palabra que para algunos teóricos es inaceptable en todo sentido, ya que choca con el credo de que un pueblo no es una nación o que atenta a la misma y, peor aún, emerge el miedo a perder el referente moderno de ser una república.

Que se puede decir de estas repúblicas corporativas y sus funciones que han despolitizado a las naciones. Otros países han intentado lo que se sucedió en Paraguay y Ecuador no es la excepción. Es evidente que en las próximas elecciones el campo de batalla no está en elegir un presidente sino en la lucha por alcanzar una mayoría absoluta en la Asamblea. Queda bien claro que de no llegar a la mayoría, solo será el caldo de cultivo donde se fraguará lo que ya sucedió en Honduras y, casi tres años después, en Paraguay: golpes de Estado parlamentarios. Ahora qué dirán los politólogos institucionalistas. ¿Llamarán a eso los efectos del populismo?

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