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El Telégrafo

Las discontinuidades de la política

01 de octubre de 2012

Hablar de la política significa, en muchos sentidos, entrar en la constante polémica de un mundo de representaciones, tanto de cómo nos imaginamos que es el mundo, como de la búsqueda por alcanzar un lugar en ese mundo. Entre eso que imaginamos y lo que queremos surge una constante contradicción de vivir en un mundo que nos produce una serie de insatisfacciones; y parecería que luchamos la vida entera para neutralizar las contradicciones y vivir ese imaginario de la vida feliz…

Pero nada más lejano de la propia política pensar y vivir en un mundo sin contradicciones, porque la vida como tal es una continua disputa a lo instituido, sea del orden que sea. Si pasamos la vida disputando, luchando por alcanzar lo que nos imaginamos, como lo que nos corresponde o necesitamos, significa que la vida tiene “sentido” de ser vivida.

Pero los medios que usamos para alcanzar lo que queremos pueden entrar en conflicto con los valores que hemos recibido de nuestra historia social, lo que nos lleva a que en muchas ocasiones debamos confrontarnos a nosotros mismos para desprendernos de acciones y pensamientos, que obstruyen el camino hacia lo que buscamos alcanzar.

Como resultado se producen una serie de tensiones que el individuo debe saber manejar para continuar en el entramado de la vida social. Estas tensiones en general toman formas contradictorias que nos cuestionan el sentido de lo que hacemos y, precisamente, esto es el campo de la política como el campo de enfrentamientos cotidianos, donde cada individuo trata de alcanzar un grado satisfactorio de autonomía.

En Latinoamérica, si hay algo que pone en tensión la vida política y sus luchas es pensar en ese amor/odio llamado populismo. Es increíble como se hace de éste un campo donde todo se puede decir y a la vez no decir nada. Para los medios privados de información, viven un mundo propio populista, tratando de encarnar la “verdad” social, las razones del pueblo, hablar de éste, ser su representante “fiel” y juez. Sabemos que el populismo puede venir de las izquierdas o las derechas; y se convierte en una palabra para desacreditar cuando quien lo usa considera que el mundo está bien, como está. Entonces, para qué cambiarlo. El mundo debe seguir siendo lo que ha sido.

Lo extraño no está en que las derechas busquen esto ya que está en su naturaleza hacerlo, sino en que ciertas izquierdas, elitistas, incluso de un elitismo étnico, se sitúen con fuerza frente a lo popular y tan cerca de las derechas. Es un temor continuo a lo popular como sujeto político. Un temor a que emerja y tenga voz propia, de ahí buscar su administración. Lo popular es un mundo complejo que atraviesa a todos los miembros de una sociedad y permite construir hegemonía. Por eso no es suficiente prometer obras y cumplirlas, sino producir reconocimiento mutuo: identificación. Cuando se logra esto, las diferencias ideológicas entre la oposición son mínimas. Y la derecha, como ideología, aflora hasta en los corazones más rojos.

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